¿Gazpacho andaluz o crema catalana?
ABOGADO Actualizado: GuardarTratándose de llevar algo a la boca, cualquier cosa es buena y ante el dilema planteado, cada una en su momento. El gazpacho de primero y la crema de postre. Pero no es un artículo gastronómico, ni de exaltación de las cocinas de ambos territorios. En realidad, pretendo contrastar la afirmación del consejero de la Generalidad catalana, Andreu Mas- Colell y las del Vicepresidente no se dé que del Gobierno, Sr Chaves, otrora presidente de la Junta e impulsor de la jornada de trabajo de treinta y cinco horas semanales. Aquel sostiene la necesidad de incrementar la productividad del factor trabajo público dependiente de la Administración autonómica. Y siendo un contrastado economista, en el corto plazo, sabe porque lo ha estudiado a lo largo de toda su vida, la productividad del factor sólo puede ser alterado, disminuyendo su coste, o sea, reduciendo el salario o incrementando el tiempo de trabajo, con la finalidad de incrementar la actividad, aumentando la jornada de trabajo. Como ven ustedes, todo lo contrario de lo que en su día pretendió el Sr Chaves, en su paso por la Junta, posiblemente también fue aleccionado en dos tardes para el conocimiento de la economía. Con decisiones como esa, ya entiendo porque le gusta que le llamen manolo o peor aún, manolito, como lo hacen llamar sus afines.
El análisis pretendido parte de la definición del término «productividad» como la cantidad de bienes y servicios que puede producir un trabajador en cada hora de trabajo. La productividad de un país depende de la interrelación de cuatro factores: capital físico; capital humano; los recursos naturales y los conocimientos tecnológicos. Sobre la base de los cuatro factores se construye la función de producción para describir la relación entre la cantidad de factores utilizados para producir y la cantidad de producción obtenida. Así, a los factores antes enumerados le adicionamos la cantidad de trabajo y obtenemos la producción total, que al ser dividida por el coste del trabajo, determinamos la producción por trabajador.
La productividad del factor trabajo (cociente entre el aumento del PIB y el del empleo) creció sólo un 0,8% en 2006 según datos del INE, y eso que en esos momentos nos encontramos en la parte álgida del ciclo económico, con tasas de crecimiento inimaginables hoy en día. Esa pequeña subida se justifica con sectores como los servicios y la construcción en los que se registraron, incluso, tasas negativas, debido a la alta contratación de trabajadores poco cualificados.
Los costes laborales deberán mantener su moderación y su evolución debe ir ligada a las mayores tasas de productividad que se produzcan en cada sector. La actual configuración lesiona gravemente la competitividad empresarial, ya que en la práctica las tablas salariales de los convenios aparecen como el techo salarial, conformando una estructura salarial sectorial uniforme, dejando muy poco margen o ninguno, a los acuerdos individuales que valoren las especiales facultades de cada trabajador acorde a su productividad y que aparecerían como cláusulas del contrato de trabajo de carácter salarial.
En el período 2004-2008 España ha bajado más de treinta puestos en el ranking de productividad mundial por países. El Gobierno, a pesar de las reformas emprendidas, de escasa dimensión y tardías en su plasmación, sigue teniendo la responsabilidad de habilitar los instrumentos legales necesarios para mejorar la productividad, lo contrario es una grave irresponsabilidad. Contentar a CEOE, UGT y CCOO, que son los que pueden poner en aprietos al Gobierno, en lugar de arreglar definitivamente los problemas económicos urgentemente demandados por la economía española. Isak Andic, presidente del IEF, acierta en sus reivindicaciones de reforma. Solicita al efecto, la independencia de la empresa para la regulación de las condiciones de trabajo, que directamente inciden en el concepto de productividad, sólo posible constriñendo el ámbito de la negociación colectiva al de la empresa.
Los salarios deberían regirse por la oferta y la demanda de trabajo. La demanda de trabajo refleja a su vez la productividad del trabajo, es decir, cada trabajador va a recibir del empresario en concepto de salario su contribución a la producción de bienes y servicios. El salario es el valor asignado al factor trabajo, considerado este a todos los efectos como un factor de producción que se ha producido. Es la acumulación de inversiones en personas, las más características son la educación y la formación en el trabajo, también llamada experiencia laboral. En síntesis, esa diferencia salarial puede concebirse a efectos de su cuantificación como la diferencia compensatoria por el coste de la formación, o lo que es lo mismo, la inversión en estudios. Es evidente que las personas más trabajadoras son más productivas, de igual forma los más capacitados, lo que determina y justifica un mayor salario. En la determinación del salario en la actualidad, influyen de manera decisiva la negociación colectiva. Las tablas salariales recogidas en el convenio, debiera considerarse como de mínimos y no como de máximos, como ocurre hasta la fecha, de tal forma que sea posible individualizar los salarios a través del pacto individual entre empresa y trabajador, para que el salario se adecue a la productividad, sólo de esta forma, las tensiones inflacionistas relacionadas con los salarios desaparecerán, ajustando la cantidad de salario de cada trabajador, a las condiciones de formación, capacitación y esfuerzo..
En Cataluña, un gobierno de derechas ha acertado exigiendo más trabajo. La otra opción era recortar el salario. En Andalucía se optó por trabajar menos manteniendo el salario. Sin comentarios.
Yo me fio de Mas-Colell, de nuestro paisano, nada de nada. Pero eso sí, me quedo sin dudarlo con el gazpacho.