La diosa de Norteamérica
VANCOUVERActualizado:A las ciudades no se las conoce por sus monumentos sino por su gente. O por sus montañas. Por eso Washington DC es una ciudad sin alma llena de monumentos, museos y burócratas mientras Vancouver es la savia verde de Norteamérica.
La corriente progresista que se desborda por el Pacífico desde los Territorios del Norte hasta San Francisco se nota desde que uno se sienta en el avión. El trasbordo ha sido en Dallas, porque aunque el vuelo directo desde Nueva York puede costar 200 dólares (160 euros) con un mínimo de planificación, los que vamos atando cabos a última hora pagamos el precio peregrinando por la América profunda. Para cuando el avión despega de Fort Worth con destino a Vancouver el ingeniero de Fujitsu y su orondo compañero de asiento han sido sustituidos por Mark y Robert, un matrimonio canadiense que alimenta con mimo a su querubín de año y medio a base de aguacate fresco y canciones infantiles, para sorpresa y deleite de las azafatas de American Airlines.
El aeropuerto de Vancouver anuncia con gritos de pájaro que esto es Canadá, el segundo país más grande del mundo después de Rusia, habitado por apenas 34 millones de personas. O sea, menos que España y nueve veces menos que su vecino del sur, que ya presume de vastas extensiones frente a la vieja Europa.
Nada más bajar del avión uno se encuentra con la mayor colección de arte aborigen que existe en el país, salpicada entre las terminales y organizada en torno al Corredor del Pacífico, una laguna artificial que reproduce los pájaros de la Columbia Británica. Por algo es el aeropuerto favorito en Norteamérica de los lectores de Conde Nast, que también consideran Vancouver la mejor ciudad de todo el continente.
Es hora de poner a prueba el transporte público, talón de aquiles de Norteamérica. En 25 minutos y menos de 8 euros el Skytrain traslada a los recién aterrizados hasta el malecón más céntrico, bañado por el mar en sus cuatro costados. Greenpeace no podía haber nacido en ninguna otra parte.
La ciudad emerge del mar como una diosa entre montañas resquebrajadas por las venas blancas de nieve perenne en sus crestas. El hechizo se produce cuando el sol funde la cortina gris que cae con demasiada frecuencia sobre Vancouver. «Quienes vienen a Vancouver se enamoran del agua y de sus montañas, de la belleza natural de la ciudad, tanto que muchos se quedan a vivir para siempre, dispuestos a sacrificar cualquier ambición para disfrutar de esta paz y esta naturaleza amable. Por eso son tan conscientes de que la tienen que proteger», explica Andrea Reimer, presidenta del comité de Planeación y Medio Ambiente del Ayuntamiento, que se ha propuesto hacer de Vancouver la ciudad más verde del mundo para el 2020.
Nuestra anfitriona en el comienzo de la aventura del Pacífico no es la política de turno. Nadie lo es en Vision Vancouver, la coalición de ecologistas que gobierna la ciudad desde hace tres años y aspira a renovar mandato en noviembre. No es mucho tiempo para llevar a cabo planes tan ambiciosos como los que tienen, pero los canadienses no dan cheques en blanco a sus políticos.
Casas para vagabundos
Antes de ser alcalde Greg Robertson había fundado la compañía de zumos ecológicos Happy Planet y todavía llega al Ayuntamiento en bicicleta. «¡Y ni suda el traje!», apunta Andrea muerta de envidia. La que fuese directora de la organización ecologista más grande de Canadá, Wilderness Committee, ha tenido que sacrificar el vehículo de dos ruedas para llegar al Ayuntamiento aseada cada mañana a costa de bajar las colinas quemando gasolina. Atrás quedan sus años de punkie, de drogas y hasta sus días de dormir tirada en las aceras, que le han dejado sobre la mesa del despacho una enorme solidaridad con los sin techo que se reparten las plazas.
Robertson ha prometido sacarlos de las calles en tres años pero no al estilo de Rudy Giuliani, que limpió Nueva York metiéndolos en la cárcel o subiéndolos en un autobús a ninguna parte, sino construyéndoles casas. Ya llevan 670 y les quedan 140 para terminar de ubicar a los que tienen registrados. «Aquí hemos superado la mentalidad de intentar resolver los problemas a golpe de cárcel», explica Andrea. «Si alguien bebe en la calle porque tiene un problema de alcoholismo, lo llevamos a un centro de desintoxicación. Si se pincha le proporcionamos jeringuillas limpias. Así es como hemos logrado por primera vez reducir la población con sida. Es más barato y más humano que meterlos en cárcel».
Si ya antes Vancouver era la mejor ciudad de Canadá para los sin techo, por la amabilidad de su gente y su clima benigno, el nuevo pleno del Ayuntamiento intenta sacarlos de la marginalidad. East Downtown sigue teniendo la mayor población de portadores de sida de todo el hemisferio occidental, pero las muertes por sobredosis han caído drásticamente. «Ese programa es un éxito ¡enooorme!», insiste Andrea.
Dicen que cuando vayas a Roma haz como los romanos, así que esta entrevistadora ha llegado a su cita en el Ayuntamiento de acuerdo al uso local, con el casco bajo el brazo y el chubasquero de goretex, que es el uniforme local para cortar el viento sin transpirar demasiado. El cable del freno que se ha salido nada más aparcar no estaba en el guión, pero con tanto ciclista en la nómina municipal no falta quien lo recoloque con una sonrisa.
Pócima de amabilidad
En Vancouver es como si todos se hubieran caído en la marmita de Asterix, pero llena de la pócima de la amabilidad. Esta neoyorquina de adopción lleva más de una década abriéndose paso a dos ruedas en la jungla urbana, pero ni los 775 kilómetros de carril bici que ha inaugurado Nueva York pueden batir la experiencia de Vancouver. No es que los conductores respeten a ciclistas y peatones, ¡es que se anticipan a sus movimientos! Antes de que pongas un pie sobre el asfalto ya han frenado en seco. Si no lo hacen los peatones regañan con una sonrisa, que es la tarjeta de visita local. Lo que hace de Vancouver la ciudad con mejor calidad de vida de Norteamérica no son solo sus parques, sus abrazos de mar, su aire limpio y sus políticos, sino esa amabilidad general que saca lo mejor de cada uno, en vez de lo peor, como en otras ciudades donde uno acaba ladrando tanto como los demás. Por su gente les conocerás.