ESCUCHAR, HACER, EXPLICAR... ¿QUÉ?
Actualizado: GuardarNo sé por qué pensaba yo que la tríada no era más que un recurso literario que pertenecía a la retórica antigua. Posiblemente porque en el mundo en el que nos movemos -la imagen, que vale más que cualquier cosa- eso de repetir un lema trinitario no sirve para nada. Más que nada porque «Católica, apostólica, romana», «Libertad, igualdad, fraternidad», «una, grande, libre», «Dios, Patria, Rey», «Citius, Altius, Fortius», «el bueno, el malo, el feo», «sexo, mentiras, cintas de vídeo», suenan a un mundo antiguo, a algo que tal vez pudo llegar a funcionar en los amplios páramos que van desde la cultura indoeuropea hasta «un globo, dos globos, tres globos», y que había quedado relegado al mundo de la literatura barata -«Come, reza, ama», por poner un ejemplo-, pero que no tenía cabida en la aldea global de ciento cuarenta caracteres y demás. Un error, esto del pensamiento lógico y lineal.
La regla de tres vuelve con fuerza en los discursos políticos y económicos, y se ha convertido de nuevo en uno de los pilares de la cultura occidental, en una técnica fundamental a la hora de presentar una idea o de hacer una disertación. Recuerden a Obama en aquella arenga del «yes, we can», cuando dijo lo de «Las casas han sido perdidas, los trabajos destruidos y las empresas cerradas», -tres eran tres- algo que ha vuelto a repetir en una de sus últimas intervenciones sobre la crisis mundial «Reducir impuestos, aumentar la inversión pública y la educación». Y como partimos de la base de que todo lo que tenga que venir, vendrá de América, la moda de la tríada nos ha llegado. Vaya por Dios.
La presentación del candidato Rubalcaba -nada de Alfredo, ni de ternuras- ha estado marcada por la trinidad -no por la Santísima, se entiende-. Ya lo saben. Es cuestión de marcas. Y la marca de la casa es una foto en blanco y negro -así estamos- con un candidato sonriente, con aire de profesor de instituto madurito y una tríada de tomo y lomo «Escuchar, hacer y explicar». Un discurso en el que el candidato se presentaba «sobrio, sereno y cercano» -otra vez, tres eran tres- y con el que pretendía recuperar la confianza de un electorado que anda más preocupado en levantar el campamento que en buscar dónde colocar los bártulos. Un discurso en el que P. Rubalcaba hizo muchísimo hincapié en que él nunca prometerá algo que no pueda cumplir -pues, vaya, eso se presuponía ¿o no?-, y en el que apuntaba los ingredientes de la poción mágica con la que piensa arreglar el país, ingredientes que al parecer conocía desde hace mucho pero que había guardado celosamente hasta que llegara el momento -¿no era este hombre vicepresidente del Gobierno hasta hace nada o qué era lo que estaba haciendo?-. Propuso mayor transparencia en la política, planteó la posibilidad de llevar a cabo la reforma de la ley electoral, anunció que a él le gusta el modelo alemán -a mí también, pero con dinero- habló de educación, de sanidad pública, de emprendedores -¿de emprendedores?- y de innovación. Total, que no dijo nada nuevo, pero nos regaló un vídeo que parecía la promoción de la JMJ -mira por dónde-, todo muy guay y con mucha R -qué sagacidad- describiendo al candidato como «Racional, realista, recto, reformista, reflexivo, relevante, reposado, respetable, risueño. Rubalcaba». Más para la colección de capítulos de los teletubbies. Qué le vamos a hacer.
No sé por qué pensaba yo que la tríada era cosa de la retórica más rancia. Tampoco sé si en una tríada el orden de los factores altera el producto, puede que sí. Todos dicen «oro, incienso y mirra» y a nadie se le ocurre desordenar la máxima de César «veni, vidi, vincit» apelando a la lógica natural de primero llegar, ver y luego vencer. «Busque, compare y cómprelo», decía Manuel Luque cuando nos ofertaba las bondades del Colón como el mejor detergente del mundo. Sí. Hay un orden establecido en los lemas triádicos que va más allá de la simple fonética. Por eso me preocupa tanto el eslogan de la campaña de Alfredo, sea quien sea la mente privilegiada que se haya encargado del diseño. Parece como si nadie hubiese advertido que «Escuchar, hacer, explicar» entraña un riesgo, el mismo que llevan sufriendo nuestras primas desde que comenzó la crisis. Está bien, muy bien, que el político escuche, a sus colaboradores, a los técnicos, a los especialistas, a mi vecina Carmeluchi si es necesario. Está bien que el político haga, que para eso los votamos y no para que se peguen la vida padre y luego tengan derecho a una pensión de esas que ni usted ni yo veremos en esta vida. Está bien que el político explique -aunque sea una explicación indirectamente directa como la de Esperanza Aguirre «no tenemos un puto duro»-, que rinda cuentas a quienes lo han elevado a esos altares de los que tan difícil es bajarlos. Pero estaría bien que no fuera ese el orden, que no hiciera primero y luego explicara, porque suena -es pura percepción- a cosa de los Corleone. Primero lo hacemos y luego lo explicaremos.
No. Así no. Así, señor «Rápido, resistente, riguroso, resolutivo, receptivo, Rubalcaba», estamos en las mismas. En pura retórica. En pura triada, dándole siempre vueltas a lo mismo, como las tres marías, la mierda, la caca y la porquería.