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Tribuna

El 15M, el derecho y la fraternidad

JOSÉ LUIS MORENO PESTAÑA
PROFESOR DE FILOSOFÍA DE LA UCAActualizado:

La democracia griega suscitaba desconfianza por su inestabilidad. Roma, sin embargo, causó respeto por lo contrario. Pero Roma también inventó el clientelismo y controló al pueblo mediante las relaciones de patronazgo con las que los ricos sometieron a los desposeídos (convirtiéndolos en dependientes de los humores de los patroni). La utilización del clientelismo, explica Antoni Domènech ('El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista', Barcelona, Crítica) en un libro que nunca hace perder el tiempo, permitió vaciar de sentido las instituciones republicanas. Aún hoy, muchos contemplan el Estado Social como un derivado del control de las conciencias de los pobres. Incluso en libros universitarios se sostiene que la democracia griega se despreocupaba de la igualdad social y solo se interesaba por el ciudadano (hay que ser un trilero intelectual para decir eso: ¿escriben sobre Grecia sin abrir la Política de Aristóteles?) mientras que la República romana degeneró a la ciudadanía mediante el evergetismo, esto es, los regalos públicos de los aristócratas. La democracia griega sería liberal y la República romana nobiliaria, con sus aristócratas dispendiosos, un Estado del Bienestar en ciernes.

Pero el Estado Social es lo contrario del 'pan y circo'. Veámoslo. Como sabían los romanos, una persona sumisa a una relación clientelar tiene el ánimo tan comprado que no puede elegir; en su fuero interno sólo piensa escrutando nerviosamente los deseos de su patrón, vive la relación con su patrón como un niño ante un padre déspota e imprevisible, experimenta el despotismo de una relación familiar, como la que soportan, notablemente en la industria cultural y universitaria todos aquellos que dependen del albur de un padrino para avanzar. En Homo academicus, Bourdieu dejó una descripción lucida de la infantilización del mundo universitario, extensible al mundo de la cultura y a todos los ámbitos donde el progreso en la carrera no está jurídicamente previsto y organizado. Domènech no explora esta dimensión en su brillante análisis del odio al pueblo entre la bohemia cultural, entre los Baudelaires o los Nietzsches y de la facilidad con la que pasan de la exaltación revolucionaria (que les permite sobresalir de la masa, dirigiéndola) al avinagramiento ultraconservador (que les permite sobresalir de la masa, reduciéndola a la semiesclavitud). Estos han fijado un repertorio, el del artista «decepcionado» de la revolución y la política, que se repite constantemente desde los años 70 del siglo XIX.

El segundo no debe esforzarse todos los días por probar su merecimiento. Es lo que no soportan los ricos y, también, los que acostumbrados a vivir como domésticos, como personas de servicio, se sienten heridos por la suficiencia de los pobres. Mucha defensa universitaria del neoliberalismo en España, comenzó como resentimiento contra los conserjes sindicalizados que se negaban a limpiarte el encerado y llevarte el café, como en los buenos tiempos del franquismo. Eso en el campo del derecho del trabajo. En el del Estado Social, el neoliberalismo no considera derechos sociales, sino ayudas mediadas por el mérito, es decir, quiere personas que se sometan, como pobres meritorios, a las exigencias de un tercero que no es que las considere necesitadas, sino incapaces o de vidas mal conducidas

Porque, como muestra Domènech, la exigencia de fraternidad surge cuando los dominados se sacuden a todo padre, benevolente o no, y eligen ser tratados como iguales, como hermanos. Un individuo puede sentirse maltratado cuando depende de un poder incívico, de un Estado que le exige sin darle, que le impone reglas sin someterse a ninguna. El súbdito lucha por convertirse en ciudadano. Puede sentirse maltratado, también, porque en la casa es un inferior. (Mi madre decía: un ama de casa no tiene horario ni vacaciones.) O porque cuando cruza la puerta de la fábrica, solo depende de las decisiones del empresario para saber cuánto ganará y cuánto trabajará. O porque cuando se queda desempleado, no tiene ningún resguardo económico y jurídico que le permita considerar, antes de aceptar un contrato, sus obligaciones familiares, sus gustos, sus ocios, en definitiva, pensar y existir una persona.

Para poder comportarse como una persona, capaz de respetarse a sí misma, dueño de sus actos en todo momento (y no propiedad de otro cuando entra en la oficina o trabaja en el hogar), un ser humano debe controlar el Estado (un servidor público que, si no se comporta como tal, se vuelve un tirano) y a aquellos que gestionan la riqueza económica, con los que solo cabe el contrato si existen derechos sociales y laborales que protejan a los más débiles.

Poner reglas básicas es darle consistencia institucional a la fraternidad, en suma, constitucionalizar el poder estatal (como hicieron los auténticos liberales), constitucionalizar las relaciones laborales (como hicieron los socialistas) y constitucionalizar las relaciones familiares (como hicieron las feministas). Los enemigos de la fraternidad son enemigos del derecho. Quienes defienden controlar a los gobernantes, a los poseedores de la riqueza y de la violencia patriarcal, no pueden fiarse de las buenas intenciones, sólo del derecho, de las reglas sustentadas por los jueces y la fuerza pública. Quienes no se dan cuenta, son amigos incoherentes de la fraternidad.