La magia de un negocio colosal que no se agota en la taquilla
Actualizado:Cuando Warner Bros adquirió en 1998 los derechos de las dos primeras novelas de J. K. Rowling no adivinaba el negocio colosal de una franquicia que, diez años y ocho películas después, es ya la más taquillera de la historia del cine. Warner y la productora británica Heyday pagaron 780.000 míseros euros a la escritora, que se reservó los derechos de los personajes para impedir que se realizasen filmes sin basarse en sus libros. No sabía que acabaría convirtiéndose en una de las mujeres más ricas de Gran Bretaña.
Todavía no había estallado la Pottermanía, y Steven Spielberg declinó hacerse cargo de la adaptación en beneficio de Chris Columbus. El director de 'Solo en casa', que ya había demostrado que sabía trabajar con niños, estuvo de acuerdo con Rowling en tres mandamientos inamovibles: rodarían una película por libro, sin grandes cambios en la historia original y siempre con actores ingleses y ambientación victoriana. Los adultos aparecerían reflejados como seres idiotas, crueles o ambas cosas a la vez.
Mañana 'Harry Potter y las Reliquias de la Muerte. Parte 2' llega a los cines de todo el mundo dispuesta a engordar los 4.200 millones de euros recaudados por las siete entregas anteriores. El lanzamiento en salas sirve de campaña de publicidad; migajas comparadas con los ingresos que vendrán después. «No estamos solo en el negocio del cine, estamos en el negocio de la propiedad intelectual», profetizó Steve Ross, el magnate que reflotó la Warner y la convirtió en los 90 en una fabulosa factoría de entretenimiento familiar al unirla al gigante editorial Time.
Y es que, además de la taquilla, el DVD y la explotación en canales de pago, la varita mágica de Harry Potter alcanza los videojuegos, el 'merchandising' y hasta un parque temático en los estudios Universal de Orlando, Florida, inaugurado el año pasado. En los despachos de la 'major' en Burbank saben que los personajes duran bastante más que las películas que los generan. Aprendieron la lección de la Metro, que en 1964 cedió los dibujos de la Pantera Rosa, popularizados en los títulos de crédito de las comedias del inspector Clouseau. Al poco tiempo descubrió que los derechos de imagen generaban más dinero que las propias películas.