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Muerte 2.0
Cada vez más alimentamos nuestra identidad en internet con datos, fotos, vídeos…pero ¿dónde van esos recuerdos cuando morimos?
MADRID Actualizado: GuardarHace ya tiempo que los usuarios de Internet dejaron de ser “esos frikis” que se perdían durante horas en un lugar ficticio, salvaje e inhóspito basado en el anonimato de unos alter ego virtuales que interactuaban entre sí en un mundo paralelo. El acceso cada vez más extendido a la red global, sumado al auge de las redes sociales, ha dado paso a un espacio abierto de vida social y personal donde compartimos información, opiniones y vivencias y en el que cada vez más tendemos a conservar nuestra identidad. Esa importación del mundo real al mundo virtual nos genera una identidad digital que se convierte en un reflejo cada vez más certero e identificable con la identidad real, promoviendo la disolución de las fronteras que separan la dimensión pública de la privada.
Esta vida paralela se compone de todo el contenido que vamos generando en Internet; fotos, vídeos, correos electrónicos, tweets, etc.. con los que creamos nuestra huella digital. Un rastro de pasos virtuales que podemos modificar y corregir a lo largo de nuestra vida pero, ¿qué sucede con nuestra identidad digital cuando nos sobreviene la muerte? ¿quién se encargará de nuestro legado virtual?.
Los 500 millones de usuarios registrados en Facebook, los 160 millones de Twitter o los 20 millones de blogueros que pululan en la red comparten una característica; la mortalidad, algo que los algoritmos automáticos de las plataformas virtuales no tienen en cuenta a la hora de gestionar la interacción en la red, creando situaciones desagradables a los familiares y amigos que siguen recibiendo noticias, mensajes o actualizaciones de personas que ya no están en este mundo.
Ante la evidencia del problema, a las empresas que gestionan nuestra vida virtual no les ha quedado otra que implementar un protocolo de actuación. El primer paso es notificar a la compañía el fatal desenlace y presentar pruebas del fallecimiento, así como certificar el vínculo que nos unía al finado. No hay problema, el proveedor lo elimina y asunto resuelto, pero muchos no quieren que el legado del fallecido se convierta en basura digital.
Cementerio digital
Aquí es donde las compañías han decidido ofrecer diferentes soluciones a la hora de gestionar los recuerdos. Facebook ofrece dos opciones: cerrar el perfil o convertirlo en un monumento en memoria del fallecido, una opción adoptada también por la red profesional Linkedin. De esta manera, el perfil se bloquea y nadie puede acceder a él para escribir aunque sí para leerlo, y son los familiares quienes deciden si sus contactos pueden o no dejar sus mensajes en el mismo. La idea del cementerio virtual no es nueva, hace años que China creó la página netor.com, que permite crear salas especiales para los familiares o amigos fallecidos. Los usuarios pueden colocar en ellas fotos o anécdotas de sus seres queridos, que en la mayoría de los casos son incinerados y carecen de tumba.
Pero no todo nuestro legado se compone de recuerdos sentimentales. El gran número de información sensible que gestionamos en la red, sobre todo a través de nuestro correo electrónico correo el peligro de perderse. Hotmail, el servicio de correo de Microsoft, establece que todos los correos serán eliminados tras pasar 270 días de inactividad por parte del usuario. Si muere, transfiere los derechos a los familiares pero mantiene la eliminación por inactividad. Gmail, el correo de Google, también ofrece la posibilidad de husmear en la cuenta a sus familiares aunque exige, además de demostrar legalmente la defunción, presentar una copia de alguna conversación entre ellos y el muerto para demostrar la relación. Yahoo!, el más estricto de los tres, da la opción de cancelar la cuenta pero no permite conocer el contenido, a no ser que el fallecido especificara lo contrario en un email otorgando permiso a otra persona.
Y como de todo sale negocio, muchos están viendo en este campo interesantes oportunidades. Con tarifas que van desde los 30 euros anuales, varias compañías ofrecen custodiar nuestras contraseñas para que sean entregadas a nuestros herederos cuando nosotros ya no estemos.