¡Yo estuve allí!
Hasta Pau Gasol estaba atacado en el palco. José se pasó el partido aferrado a una valla. Y Nacho no dudó en ondear su pase de prensa con el gol de Iniesta. Ellos vivieron la gesta en Soccer City: la noche que la Roja tocó el cielo
Actualizado:E ran las 22.51 horas del 11 de julio de 2010. La hora de la gloria. La hora del «Iniesta de mi vida». El instante en que el derechazo de un manchego pálido y tímido pudo más que los tacos de Van der Vaart y la manopla de Stekelenburg. La hora en que la Roja subió los peldaños de la gloria futbolística. La hora que despojó a España de complejos deportivos y patrióticos. A las 22.51 horas daba igual que uno estuviera en Benidorm, en Benalmádena, en Trujillo o en Logroño. De las gargantas españolas brotó un grito inédito: ¡Campeones del Mundo!
Hasta Pau Gasol estaba nervioso... La voz de Anne aún tiembla cuando revive la imagen, borrosa por sus lágrimas, de Casillas con la copa. Antonio no deja de reír mientras rememora el abrazo con su hermano entre holandeses jurando en 'boer'. Nacho todavía se ve ondeando al viento su acreditación de enviado especial. Jon no puede olvidar la tribuna de prensa enmudecida cuando Robben corrió como un búfalo herido directo a Casillas. Pepe Vegazo gritó, aferrado a una valla, hasta que la garganta le dijo 'para'. Paula, la hija de Mikel Elorza, terminó la celebración por los suelos.
A las 22.51 horas del 11 de julio de 2010, ellos estaban allí. En Soccer City En Johannesburgo, capital de España por un día.
Si Botín no tiene entrada...
A Antonio de la Torre casi se le atraganta la cerveza. Él y su hermano Javier comían en la plaza Nelson Mandela. Tenían las entradas para la final apalabradas pero no en la mano. El nudo en el estómago se hizo marinero cuando escucharon a Patricia Botín. A su lado, la omnipotente banquera se lamentaba de sus problemas para entrar al estadio. Antonio casi escupe la caña. «Pensé: Si la Botín no tiene entrada, dos 'mindundis' de Málaga lo llevamos claro...», recuerda el actor de 'Balada triste de trompeta'
Pero entraron. Lo suyo es ya tradición. Dos Eurocopas y dos Mundiales a sus espaldas. Son talismanes. «Cuando vamos nunca pierde España». Aunque como lo de Sudáfrica, nada. Un Babel de colores, idiomas, africanos con camisetas de la Roja y mil y una lenguas. «Era surrealista». En la grada había tantos nervios como juerga. «La gente me decía, ¡'Antoniooo, échate un traguicooo'!». El 'moraete' se le bajó en un suspiro. «Con la ocasión de Robben me quedé sereno de un plumazo». Cuando el de Fuentealbilla remachó el balón en las redes, los De la Torre se abrazaron. «Te sientes pletórico pero solo. Fue un abrazo en la soledad de la grada. No es como estar en casa con 30 amigos con cervezas, pero sí puedo decir 'yo estuve allí'. Aunque mi mujer no entienda qué hacen dos cuarentones abrazados como críos por un puñetero gol...».
Hasta toda una megaestrella como Pau Gasol se removía inquieto en el palco. «Hacía un frío tremendo. ¡Menos mal que había mantas en los asientos!», recuerda a V el jugador de los Lakers. Incluso a él le marcó el ambiente. «Había españoles por todos lados en pleno Johannesburgo. ¡Parecía que estaba en Barajas!». Él y su novia cenaron antes del partido, en el catering de Ellis Park. La emoción no les dejó luego probar bocado. «Fue muy especial ver a la Reina, los Príncipes y a mi amigo Rafa Nadal, todos volcados.
Cuando Anne Igartiburu subió por las escaleras de Ellis Park, Shakira cantaba el 'Waka waka'. «Me temblaban las piernas». Ni los kilómetros que se metió en el cuerpo en Sudáfrica para preparar el maratón de Nueva York evitaron el tembleque. Anne iba uniformada. Bandera de España, bufanda y camiseta con su nombre. Junto a Elena, su mejor amiga, vivió la epopeya desde cuartos de final, «un viaje de emoción continuada». Y acabó llorando. «¡Como una tonta!». A solo unos metros, Casillas levantó la copa. Vio vibrar a la Familia Real. «Hay pocas cosas tan grandes como ver de cerca la alegría de los jugadores».
Ante el segundo definitivo
Iniesta controla el balón, lo orienta hacia la portería, y Pepe Vegazo, que tiende a la histeria deportiva, se aferra a la valla hasta que le duelen las manos. Gran compañera, la valla. Se agarró a ella cuando la pelota echó a rodar, hace ya 115 minutos, y todavía no la ha soltado. Está en trance, rígido, tieso como un banderín. Ni parpadea. Dice que es un tipo nervioso, pero ese día, quizá por una de esas supersticiones interiores que tanto se estilan en el fútbol, ha decidido que no gritará, ni se lamentará, ni jurará en arameo, ni le hará los coros a la afición española hasta que no vea un gol. Un gol mágico y definitivo. Un gol histórico que le compense unos cuantos años de seguir a la selección en las fases finales, de tragar saliva, comerse la moral y esperanzarse en balde. «Esta vez no», se repite Pepe. Nada de alardes, que las cosas se tuercen en diez segundos. Mejor no tocarle las narices al destino. Así estás bien, Pepe, quietecito.
Iniesta deja botar la pelota justo cuando a unos cuantos metros del jerezano, la familia al completo de Mikel Elorza (razón en el gaditano Grupo La Marea) se pone de pie. Todos a la vez, sincronizados y movidos por el mismo resorte. Guadalupe, su mujer, no quiere mirar pero mira. Y los niños, Paula y Carlitos, contienen la respiración, subidos a los asientos, para no perderse el momento exacto en el que el seis español enchufa un disparo a bocajarro, desde el borde derecho del área pequeña, cruzando el balón por lo bajo y...
...Y Pepe Vegazo suelta por fin la valla, levanta los puños al cielo y grita hasta que la garganta le pide tregua. Toda la tensión contenida, toda esa frustración irracional pero soberana, estalla de pronto en un clamor compartido, en un éxtasis que encuentra su réplica exacta en las calles de Cádiz, en los bares de Madrid, en los hoteles, las redacciones y las farmacias de guardia. Porque Pepe, mientras abraza al compañero más cercano, se siente parte de un algo abstracto y a la vez tangible, un algo singular, único, del que también participan Mikel Elorza, su mujer y sus hijos. Carlitos, a sus once años, no se lo cree. Paula ha saltado tan alto que olvidó que su asiento era abatible, así que ha terminado la celebración en el suelo, extrañada y feliz.
España, ya nadie lo duda, será campeona del mundo.
'Picar', sufrir, animar...
Nacho Tylko y Jon Agiriano cubrieron todo el Mundial para Vocento. Con sentimientos enfrentados: entre la alegría de estar donde todo aficionado querría y la tristeza de no poder disfrutarlo a fondo por la tensión de 'picar' (escribir) cada día una crónica brillante. Nacho llegó cinco horas antes al centro de prensa para acreditarse. Comprobar que va el enchufe del portátil, la conexión a internet, unos sandwichs a vuela pluma... Durante el partido, doble sufrimiento. «El de ver que no se resuelve y temer que no llegas a la hora de cierre». Pero con el mismo estallido de todos. «Nunca he sido tan forofo como con el gol de Iniesta. Ahí te olvidas de la acreditación...». Luego, cabeza metida en el ordenador. Volvió a España con la misma sensación de los cuatro Mundiales y otras tantas Eurocopas que ha cubierto: la de no haber estado allí.
A Jon Agiriano casi le cae encima la claraboya de un autobús de prensa apenas pisó Sudáfrica. Un chófer despistado arrasó el techo del autocar en un túnel. Lluvia de chatarra. Pero la suerte cambió 32 días después en Ellis Park. Jamás olvidará la entrada de Mandela. «Le tienen una enorme veneración. Allí es como Jesucristo». La noche antes los cronistas cenaron casi en silencio. «Sabíamos que era un momento único». Ni un 'gato viejo' del reporterismo como él se libra de los nervios. «Nunca he estado tan tenso. Si acaso en la final de Copa Barça-Athletic», confiesa el cronista de 'El Correo'. Revive el estadio convertido en tumba en la ocasión de Robben. «¡Estos sicarios no pueden ganar!», se oía en la grada de prensa. Hasta que llegó el manchego pálido y tímido... Un año después, Jon aún resopla: «Yo estuve allí».