Opinion

Un nuevo país

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El PSOE hizo ayer un alarde escénico y de apoyo al pistoletazo de salida de la candidatura de Alfredo Pérez Rubalcaba. Arropado por cientos de militantes y todos los pesos pesados socialistas, desde Zapatero a la que pudo ser su rival, Carme Chacón, incluyendo su mujer, Pilar Goya, a la que apenas se ha visto en actos oficiales, el todavía vicepresidente se mostró en forma y con ganas de insuflarle nuevos bríos al partido que le permitan salir del abatimiento de las últimas derrotas electorales y disputarle a Rajoy la presidencia del Gobierno con posibilidades de éxito. Rubalcaba ha asumido con convicción el compromiso de representar a los suyos en la delicada consulta que se avecina con un claro giro en el timón hacia babor. Muchas de las medidas enunciadas son razonables, alejadas de un programa sectario y radical. En su conjunto es un proyecto pensado para atraer a las bases desmotivadas con el ajuste y el consiguiente viraje reformista de Rodríguez Zapatero. Sin embargo, Rubalcaba es indisociable de su propio pasado, y si pueden ser creíbles ciertas propuestas de futuro basadas en la experiencia de la crisis, las buenas intenciones sobre transparencia o regeneración democrática, pensadas para seducir al 15M y a quienes en general se han desencantado de la política socialista, se verán indudablemente condicionadas por el hecho de que provengan de quien ha gobernado ya durante largos períodos y en las dos etapas de gobiernos del PSOE. Rubalcaba es probablemente el personaje más brillante con que cuenta hoy el partido socialista, y el PP no debe minusvalorar su potencia en la pugna electoral que se avecina y que, una vez descubiertas todas las cartas, no debería demorarse demasiado. El programa que ha exhibido el candidato y que se acabará de perfilar en la conferencia política es un bagaje aceptable para el desorientado PSOE. Sin embargo, al nuevo aspirante le queda un difícil y arduo trayecto para demostrar que va a hacer en el futuro lo que no hizo en el seno del Gobierno y cambiar sustancialmente en la ciudadanía unos juicios de valor ya reflejados de forma bastante adversa en las recientes elecciones municipales y autonómicas.

Las Naciones Unidas tienen desde ayer un nuevo miembro, el estado más joven del mundo, Sudán del Sur, que accede a la independencia tras décadas de conflicto con el norte y tras dejar cientos de miles de muertos y expatriados. El mundo le da la bienvenida y aplaude el realismo final del régimen del norte, el del por lo demás no muy edificante presidente Al-Bashir. El conflicto es hijo directo de la torpe descolonización por Gran Bretaña, que consideró una unidad estatal allí donde había dos países bien distintos, si no más, y luego, para asegurar lo realmente importante, el gran vecino del norte, Egipto, estableció el condominio anglo-egipcio sobre el total. Estos artificios no sirvieron a fin de cuentas, Egipto alcanzó su independencia nacional y un solo Sudán emergió. hasta ayer. El país sería muy pobre si no dispusiera de considerables recursos petrolíferos, desdichadamente ubicados en una región lindera con el Norte, Abiyei, pendiente de una delimitación definitiva de fronteras y, por tanto, de los yacimientos. Esta situación potencialmente explosiva no permite ser muy optimistas, pero hoy tocan la felicitación y la expansiva alegría del pueblo sur-sudanés que debe compartir la entera comunidad internacional.