Una buena corrida de Torrestrella
Retorno satisfactorio de la ganadería de los herederos de Álvaro Domecq tras siete años en el desierto
PAMPLONA. Actualizado: GuardarFue corrida muy variada de tipos, hechuras, pintas y remate. No una escalera, sino un escaparate. Dos toros llamativamente bajos de agujas: un tercero sardo y largo, de lustrosa piel, remangado y apuntado de pitones, amplias palas, y un cuarto negro burraco, todavía más bajo que el tercero, pero más ancho de pechos y también más armado, estrechas las sienes propias de la diadema pero amplísimo el balcón, acodado, descarado. Fueron muy nobles los dos, sólo hicieron cosas de bravo uno y otro, y los dos se emplearon generosamente.
Listeza, colocación, ligazón y temple de Rubén Pinar con ese cuarto tan notable, que incansable venía a engaño como si le dieran cuerda, sin hacer un extraño pero sin dejar de respirar con bravura. El exceso de cara -casi un metro de cuerda de pitón a pitón- había hecho a los veterinarios dudar en los reconocimientos.
Por lidiarse en cuarto lugar, se vivió la pelea entre el fragor amorfo de la hora de la merienda, que no perdona. Sin embargo, el buen dominio de Pinar y la calidad del toro se celebraron con olés festivos. Algo tarde, La Pamplonesa se animó a subrayar con un pasodoble el baile. Fácil en todos los lances, Rubén tuvo corazón para cruzar con la espada y enterrarla arriba. Rodó el toro.
También el primero de corrida había rodado sin puntilla. El rigor de la estocada fue celebradísimo. Más incluso que el manejo previo tan seguro del toro. El primero de Pinar -600 kilos, descaradito, alto de agujas, corretón, con ganas de soltarse- fue también toro noble, pero de los que se van haciendo y creciendo poco a poco. La ciencia de Rubén consistió en administrar esas dosis.
Saldívar pretendió torear en crudo, pero, apenas ahormado, el toro se soltaba con una chispa de fiereza. Los dos trasteos de Saldívar fueron valerosos, de no retroceder ni perder la cara, pero costó pegar dos muletazos ligados limpios. Saldívar tuvo el detalle de salir a quites por chicuelinas y faroles, y de lancear en el recibo al quinto rodilla en tierra con buen aire.
Esaú se fue a porta gayola para saludar al sexto, que era enorme, y trató con él de batirse en una de esas faenas clásicas de sol de Pamplona, que sorprendió a las peñas, sin embargo, algo fatigadas. Candorosos intentos para meter en vereda a ese sexto, que con hechuras de gigante venía, sin embargo, con docilidad. No fue fácil rematar muletazos ni acoplarse. Al buen tercero le pegó con la diestra dos tandas de cierto encanto. Sólo de uno en uno con la izquierda, que es donde estaba el fondo del toro. Mató con notable arrojo y acierto.