LA GRAN EVASIÓN
Actualizado: GuardarCada vez queda entre nosotros menos gente de fuera. Quienes vinieron tumultuosamente, atraídos más que por el cambio de clima por el cambio de moneda, se están yendo. Les seguimos llamando «ciudadanos no nacionales» a los nietos de Rubén Darío, que les consideraba espíritus fraternos y sangre de Hispania fecunda. Les alojamos en las cocinas y en los invernaderos, bajo una techumbre de plástico, pero ya no hay trabajo para ellos ni para sus anfitriones, así que hemos tenido mucho gusto en conocerlos, quizá más que el que han experimentado en conocernos a nosotros. Se marchan con viento fresco a pesar del calor. Hay que tener en cuenta el estado de nuestras cuentas. De los cinco millones de parados, millón y medio no recibe ninguna prestación, y eso repercute en nuestro sentido de la hospitalidad. No solo las autonomías tendrán que limitar el gasto, sino esas pequeñas sedes que son las casas de todos, de cada uno de nosotros. El ministro de Trabajo propone un impuesto especial para banqueros. Hemos identificado el enemigo y nos disponemos a apedrear bancos, sin saber que es una redundancia. Todos son de piedra. Habría que seguirle a Valeriano Gómez, como en el chotis, que no bajara tanto la mano.
No conocemos los ricos oficiales, pero están acumulando un rencor difuso. No siempre se ocultan, pero crece el número de personas que no les puede ver. La demagogia, que siempre ha sido el arte de agitar al pueblo al tiempo que se le adula, es peligrosa, pero los que corren peligro son los emigrantes que tienen que irse porque no tienen sitio. Somos sus benefactores y sus explotadores. No caían muy bien hasta que se produjo la caída económica que nos tiene baldados a todos, incluso a los que están poniendo pies en polvorosa.