Protegerlas (de una vez)
Actualizado: GuardarLa concentración de muertes femeninas, al calor fatídico de estas fechas estivales, pone de manifiesto que en el frente de la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres seguimos estando muy lejos de resolver el problema. No es la única clase de violencia en el seno de las relaciones personales y familiares, ni la más estremecedora (esa triste palma se la lleva la violencia contra los niños, otro frente abierto en el que también tenemos alguna que otra reflexión pendiente). Pero su aplastante preeminencia estadística, y los esfuerzos de todo tipo desplegados para combatirla, hacen más clamoroso nuestro fracaso.
Quizá sea el momento de preguntarse, con poca autocomplacencia y la menor cantidad posible de ideas preconcebidas, qué es lo que está fallando. La cadena de muertes de los últimos días, en vez de una oportunidad para recaer en las ideas mecánicas de siempre (como el efecto imitación, o el fácil recurso a la condición de inmigrantes de víctimas y verdugos), debería ser un acicate para examinar cuestiones más profundas y, sobre todo, más operativas. Si en este asunto, como parece, estamos sosteniendo una guerra que no resulta tan exitosa como quisiéramos, quizá deberíamos volver a examinar nuestra estrategia. Por seguir el símil bélico, en esta contienda empleamos recursos ofensivos de muy diversa índole, y cabe preguntarse si de unos y otros estamos haciendo la gestión más eficaz. Nos hemos dotado, por ejemplo, de un arsenal de armas legales y judiciales excepcionalmente potentes, que llegan incluso a forzar al límite principios constitucionales (como el de la presunción de inocencia penal) y que permiten intervenciones demoledoras y casi instantáneas. Vendrían a ser como nuestra artillería de grueso calibre contra el maltrato. Lo malo es que si la artillería se utiliza a bulto, sin identificar bien los blancos, se reduce su capacidad de dañar al enemigo y, en el peor de los casos, se la convierte en una máquina de machacar las posiciones propias.
Por otra parte, nuestra abundancia de cañones quizá nos haya hecho olvidar ese viejo axioma del arte militar según el cual la victoria siempre la corona la humilde infantería. Lo que aquí vendrían a ser los recursos policiales y de asistencia social, que distan de hallarse en proporción con la tarea, como lo prueba el hecho de que al menos en dos de los casos de estos días la violencia previa fuera notoria e incluso hubiera sido denunciada, sin que eso haya servido para proteger a las mujeres. Aparte de afinar el tiro de los cañones, tal vez sea hora de poner a más gente en la trinchera, quitándolos de otras labores menos acuciantes. Dos sugerencias: menos escoltas para proteger riesgos que son más remotos que éstos; y menos derroche de policías en el fútbol, que es un negocio privado.