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Editorial

El fracaso del PC cubano

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El presidente Rodríguez Zapatero trató ayer de aliviar con su presencia en Durango las crecientes tensiones internas en el seno del PSE, que amenazaban a su vez la estabilidad del Gobierno de Euskadi y la sintonía entre socialistas y populares. El pasado viernes, el 'lehendakari' Patxi López desautorizó mediante una nota oficial unas declaraciones del presidente del PSE a Radio Irratia en las que abogaba por la ruptura del pacto PP-PSE, y ayer mismo Eguiguren volvía a repetir en unas declaraciones sus conocidas tesis sobre la conveniencia de dar entrada de inmediato a los epígonos de Batasuna en las instituciones. Zapatero quiso ayer ser claro en su mensaje a ETA y a su entorno en el transcurso de un mitin con motivo de la Fiesta de la Rosa que los socialistas vascos celebran anualmente en la localidad vizcaína: tras reconocer el camino andado en los últimos tiempos por la izquierda 'abertzale', reclamó a este movimiento político «más pasos firmes y decididos» porque «en cuatro meses no se puede convencer a todos» después de cuatro décadas de violencia de la banda terrorista. El presidente reiteró asimismo cuál seguirá siendo la línea de actuación del Ejecutivo contra los terroristas y quienes los apoyan: «no les dejaremos respirar». Y recalcó que «de ETA solo esperamos un paso: la renuncia definitiva de la violencia sin condición alguna». Zapatero trató además de conciliar las dos sensibilidades presentes en el PSE mediante un mensaje de esperanza en el que mostró su desacuerdo tanto con quienes se limitan a mirar atrás -«algunos solo piensan en el pasado, que ha sido duro, y les cuesta»- cuanto con quienes «solo piensan en el futuro» intentando obviar el pasado, «que está ahí». Sobre las premisas de una implacable dureza contra ETA y la desconfianza cautelosa y firme hacia la izquierda 'abertzale' -sin dejar de reconocer que se están produciendo movimientos en la buena dirección-, no debería haber motivos de confrontación entre los grandes partidos. La cercanía de importantes procesos electorales no es bastante motivo para justificar que la cuestión terrorista se convierta en un campo de batalla. No hay, en fin, argumentos para que los políticos insistan en que el terrorismo, felizmente desarbolado y cercado por el Estado, siga siendo motivo de áspera controversia.

Lo que sucede en Cuba con su régimen político, una anticuada dictadura nacionalista, antinorteamericana y técnicamente comunista, es notable por dos cosas: su duración anómalamente elevada (52 años) y el ahora explícito reconocimiento de sus líderes de que ha sido un fracaso. Eso explica que los hermanos Castro, dos octogenarios, describan el VI Congreso del PC como la última oportunidad de su supervivencia. No debe sorprender que abunde el escepticismo sobre la capacidad del régimen de autosalvarse 'in extremis' ni siquiera en la hipótesis de que el tránsito a la economía capitalista, que de eso se trata, sea un éxito en los cinco años apuntados por Raúl Castro. El PC entiende que el Congreso va a «actualizar» el modelo vigente, no a proceder a su cierre por derribo. Es más que dudoso que todo esto pueda funcionar y más todavía que el dúo senil llegue a considerar la posibilidad de retirarse para dar paso a una genuina transición política democrática con la participación libre de todos los cubanos.