Mónaco bendice a sus príncipes
El príncipe Alberto, a diferencia de su padre, aguardó a Charlene en el altar
MÓNACO.Actualizado:Esperaron los invitados a los novios, a los príncipes Alberto y Charlene, con acordes que en su día compuso Bach. Lo hicieron en el patio de honor del Palacio del Principado, convertido de manera excepcional en una iglesia al aire libre, con mobiliario de la capilla de Palacio, sillas dispuestas en semicírculo frente a la imponente escalera de mármol de Carrara, y una cubierta desplegada para hacerle a los asistentes más soportable el calor. Y esperó Alberto, de 53 años, a su princesa en el altar para darse el sí quiero. Y no sería noticia que el hombre espere a la mujer si no fuera porque hace medio siglo fue la entonces princesa Grace quien aguardó, envuelta en encaje y raso, a Rainiero. Imposible por tanto comparar un momento y otro. Los novios bien que se han encargado de hacer suya su boda.
Se prometieron ante los ojos de Dios fidelidad en las alegrías y en las penas, también amarse todos los días de su vida, apenas 24 horas de unirse en matrimonio civil. Lo hicieron ante el arzobispo de Mónaco y ante representantes de casas reales europeas, nobles y un sinfín de rostros conocidos. En total, 800 invitados, a los que se sumaron otros 3.500 monegascos como testigos del enlace. Todo el pueblo bendijo de una forma u otra a sus príncipes.
Seria durante el principio del enlace, se pudo ver a la exnadadora algo más relajada tras la imposición de los anillos, especialmente cuando la soprano sudafricana Pumeza Matshikiza cantó en su honor. No fue el único guiño a la tierra de la princesa Charlene, de 33 años, durante la celebración, en la que los gestos de complicidad de la pareja, con tímidas miradas al principios y beso con el que sellar su matrimonio. Papel protagonista tuvieron en la ceremonia los sobrinos del príncipe Alberto, sobre todo Alejandra y Camila, las hijas pequeñas de las princesas Carolina y Estefanía.
Una vez finalizado el acto religioso, la pareja realizó el recorrido nupcial en un descapotable hasta la Iglesia de Santa Devota, patrona de Mónaco, en la que la princesa, al igual que hiciera Grace tras su boda con Rainiero en 1956, depositará su ramo. Fue, quizás, la única reminiscencia del pasado.
Con esta boda se buscaba igualmente ofrecer una nueva cara del Principado, en el que según el delegado general de Turismo, Michel Bouquier, se pretendía salirse de los estereotipos de «glamour, lujo y calidad, de los que estamos muy orgullosos», y ofrecer otros que muestren una cara más amable y accesible del lugar.
Falta todavía que se cuantifique la repercusión económica y turística de este matrimonio sobre el Principado, pero los pocos comercios que ayer, declarado día festivo, se mantuvieron abiertos, ofrecieron a los clientes una copa de champán tras el enlace, con ganas de que todo el mundo siguiera siendo partícipe de la fiesta.