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No es lo mismo cargarse al abuelito porque tose mucho que aliviar los postreros momentos de una persona irrecuperable que desea morir. Algunos obispos españoles llaman a desobedecer la ley de muerte digna aduciendo que partesamente se llamó ‘salida’ a la asociación creada por Arthur Koestler cuando vio de cerca el momento de pasar del infinito posible al insoslayable cero. Su teoría era que así como necesitamos a alguien que nos ayude a nacer, se precisa ayuda para morir. Bien entendido que a petición propia y ante sufrimientos insoportables. ¿Cuáles son estos? El aguante de cada cual, después de dimitir, la esperanza es muy variable. Podría decirse que lo insoportable es lo que pueden soportar los que están lejos y no les duele nada.

Quizá no sea ocioso recordar, ante la postura de algunos monseñores, que no de todos, que hubo un tiempo en que la jerarquía eclesiástica consideró que desviar el curso de un río, para que pudieran regar los de la comarca de al lado, que se morían de hambre, era «enmendar la obra de Dios». Esto del agua ha venido siendo fundamental. Pertenecemos a una religión hidrófila y aún en nuestro tiempo creemos que el problema de la sequía «puede ser tratado mediante la oración». ¿Está abriendo nuestro maltrecho Gobierno las puertas a prácticas criminales? No hay que exagerar.

Personalmente, lo de muerte digna me suena muy bien. Divinamente.

La sedación en la agonía es un gran paso, ya resuelto en la relación médico paciente, pero no basta, se necesita mucha paciencia en algunos casos para ver venir a la muerte «tan callando» y tan despacio. El caso es que aún hay personas tan piadosas que quieren mantener con vida a una criatura talidomídica que nació sin manos y sin ojos. Que el Cristo de la Buena Muerte les ampare.