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El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero./ Efe
ANÁLISIS

Cifras y cifras

La intervención de Rodríguez Zapatero ha estado desprovista de la agilidad y frescura del parlamentarismo, recordando más al informe de gestión de un consejero delegado que de un presidente del Gobierno

RAMÓN GORRIARÁN
MADRIDActualizado:

Algo más de una hora empleó José Luis Rodríguez Zapatero en su discurso de apertura del debate sobre el estado de la nación. Fue una intervención plúmbea. Así ha sido siempre, con Felipe González y con José María Aznar. Es una pieza oratoria desprovista de la agilidad y frescura del parlamentarismo, y más cercana al informe de gestión de un consejero delegado ante la junta de accionistas. Zapatero no fue una excepción y se ciñó al guión.

Las pocas ocasiones en que fue interrumpido por los aplausos de la bancada socialista se debió a las alusiones a los derechos sociales, a la lucha contra el terrorismo o al movimiento 15-M. El resto, un rosario de cifras y más cifras, porcentajes y datos, fue seguido con un silencio sepulcral tanto de los suyos como de los diputados del PP y del resto de los grupos. No despertó entusiasmos, pero tampoco los buscaba.

El presidente del Gobierno, dentro del encorsetamiento del guión, mezcló dosis de realismo con gotas de optimismo. Por ejemplo, aseguró que la actual generación de jóvenes no será, como predicen distintos organismos nacionales e internacional, una generación perdida. Pero al mismo tiempo confesó las dificultades que conlleva la tarea de superar la crisis. No fue condescendiente consigo mismo ni con su gobierno.

Tampoco hubo grandes propuestas, a diferencia de otros debates en los que intentaba poner el toro en suerte antes de empezar el juego dialéctico de las réplicas y contraréplicas. Las iniciativas que puso sobre la mesa fueron etéreas, solo con el techo gasto de las autonomías fue más concreto.

Al final se salió del libreto de 34 folios por las dos caras para pronunciar unas palabras con sabor a despedida. Recordó que ha participado en nueve debates sobre el estado de la nación, seis como presidente del Gobierno, y agradeció a todos, socialistas, oposición y nacionalistas, su colaboración más o menos intensa. Como colofón reclamó respeto y responsabilidad. Fue, quizás, una forme de ponerse la venda antes de la previsible herida del debate vespertino.