A desalambrar
Actualizado: GuardarTengo estos días en la cabeza una antigua tira de la querida Mafalda. «¡Es hora de derribar las estructuras!», gritaba, puño en alto, en una de sus clásicas viñetas. Y entonces, en la segunda, se veía la onomatopeya: clink, clank, clonk. Y la reflexión final: «Tarde, se derribaron solas».
Nos llevamos las manos a la cabeza, nosotros los de la molicie, porque la gente joven se organiza y toma cosas que no son suyas, y se pone manos a la obra, y limpia, y debate, y propone y rescata. Como imagino que nos queda un poso de resquemor por no haber tenido agallas de tomar el timón de este barco a la deriva, los vemos de lejos, confiados en que sea una serpiente más de verano, que se aburguesarán como nos aburguesamos todos, que ya se aburrirán de pasar hambre, calor o frío, y que regresarán a sus casas para comerse un plato caliente y darse una ducha.
Pero ocultaremos el debate necesario, la reflexión imposible de esquivar: el futuro tiene que ser una senda abierta, no cerrada, no encasillada, no predeterminada por unos poderes invisibles que parecen sacados de una película de James Bond. El presente es de todos, pero el futuro les pertenece a ellos. Para modelarlo como se les antoje, para equivocarse de otra forma, no para decir que sí a todo cada cuatro años y aceptar el yugo de las cartillas del paro o las hipotecas. Nuestros jóvenes y no tan jóvenes han venido a desalambrar, como cantaba Victor Jara. No necesitan un PER que los amordace. Tienen hambre de cambio. Y nosotros, ay, tenemos campos vacíos y las cabezas llenas de ideas que ya no anuncian nada nuevo. Con su quiero y su puedo nos han dado una lección, allí en Valcárcel, nos la darán camino de Madrid. Tenemos un enorme capital inmobiliario abandonado al sol y al viento, ni de nosotros ni de nadie: un galeón varado que es una ciudad en sí misma oculta al resto de la ciudad, esperando un mejor postor que, como el equipo de fútbol, quizá no llegue nunca.
Y hay tantos edificios más, aquí a la vera: El Olivillo, por ejemplo. La residencia del tiempo libre, tan abandonada ya para los restos, ahora que no hay dinero para echarla abajo, cuando seguro que con voluntad y brazos se podría remodelar en un plisplás y sin cargarse de paso lo poco que nos queda atractivo del paseo marítimo…
Los descalificamos porque son jóvenes. Pero sus utopías todavía están en flor. Las nuestras se secaron hace tiempo, si es que alguna vez echaron ramas.