ENMIENDAS AL PARADIGMA

Quiérase o no.

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Quiérase o no, el fenómeno del 15M tiene más enjundia y va a tener mayor trascendencia de la que sus detractores quisieran. Y una prueba de ello es la celeridad y la contundencia con que los poderes fácticos, los elementos hostiles a los cambios, están intentando desprestigiarlo, neutralizarlo y, en definitiva, hacerlo callar. Porque sólo desde una concepción ingenua, o interesada, de las cosas de la democracia es posible mantener el mito de que en nuestro sistema liberal-democrático-de-derecho prevalece nada menos que la libertad de expresión. De momento, sobre la libertad de expresión predomina y es más determinante la actitud de quienes piensan que pueden hacer oídos sordos a las demandas de una sociedad maltratada. Hacer oídos sordos desde el poder es la forma más dañina de despreciar a la ciudadanía, y una burda manera de anular los beneficios democráticos de la libertad de expresión, máxime cuando ese poder suele ser solícito con las exigencias de los más privilegiados.

Quiérase o no, las peticiones de los 'indignados' tendrán que ser atendidas más pronto que tarde, pues además de ser moderadas, muy moderadas, posibles, razonables y de justicia, están planteadas pacíficamente, salvo intervenciones de elementos extraños al movimiento. Pero lo más importante es que atender esas peticiones constituye una condición sine qua non para la supervivencia de la democracia, ya bastante maltrecha no por la acción de elementos a los que suelen llamarse antisistema, sino por los fundamentalistas de la economía de mercado, que han sido siempre y continúan siendo hoy los auténticos destructores de la democracia. Mientras que exista un poder que burla la soberanía popular (no se olvide que democracia es soberanía popular real), y mientras que los gobiernos continúen postergando un necesario acuerdo para hacer frente a ese poder absoluto, la democracia continuará siendo una burda farsa.

Quiérase o no, la actitud de los indignados es una interpelación al futuro, mientras que la de quienes pretenden frenar o desestimar el movimiento representan en realidad un freno a la perfectibilidad de la democracia, y, por tanto, una actitud regresiva, que mira al pasado. Por ello, los poderes públicos, y aquella parte de la sociedad que minusvalora las aspiraciones del 15M, se pondrían a la altura de los tiempos si se unieran a lo que representa el fenómeno de los 'indignados'.