los lugares marcados

Nuestras playas

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En la Punta del Boquerón, como es habitual por estas fechas, acaban de florecer al unísono todas las azucenas marinas. Como un milagro en medio de la arena, se destacan sus corolas rizadas, purísimas. Cerca de ellas, la marisma se cuaja de florecillas rosadas de siempreviva, y las viboreras añaden su azul intenso al azul más tenue del cielo y del mar.

Es uno de los pocos paisajes que hemos respetado (y a la fuerza) en nuestro litoral. Una playa virgen, con sus dunas primitivas, sus extensiones de lodo salado, sus secarrales y sus curiosos habitantes. Las comparaciones son odiosas, pero no queda más remedio que hacerlas si, después de un paseo por las pasarelas de alguno de nuestros Parques Naturales, uno tiene la tentación de pasarse por playas como Peginas y Aguadulce en Rota, La Loma del Puerco de Chiclana, El Ancla en el Puerto o La Casería en San Fernando, por poner ejemplos de puntos negros de nuestra provincia. Los sistemas dunares, la flora autóctona, el hábitat de especies tan delicadas como el camaleón y la cigüeña negra, han sido literalmente arrasados para que una serie de familias disfruten de una segunda vivienda, por lo general construida en la ilegalidad, sin atenerse a ninguna norma urbanística ni de salubridad. Como casi siempre, el bien de unos cuantos se superpone y se prefiere al bien común. Y lo peor es que se siga admitiendo como un mal inevitable, que encojamos los hombros y no denunciemos esta pérdida, este robo. Yo siento que me han quitado la oportunidad de sorprender a las garzas, de perderme entre los sabinares, de contemplar el paso lento del camaleón, de medir la altura de las dunas móviles en todos esos sitios que hoy ocupan casas, torres y bloques. Me siento estafada. Indignada también. Y lo peor es que ya nadie nos devolverá esas playas…