Indignados
Actualizado:Reconozco que fui de los primeros en aplaudir la irrupción del movimiento 15M o Democracia Real Ya, que fue como se llamó en un principio. Me alegré de la protesta pacífica. Apoyé su decálogo e incluso me solidaricé con ese contingente de jóvenes «indignados» al que me sumé ciegamente. Ya era hora de que alguien, en este caso los más jóvenes, despertaran y, al mismo tiempo, nos hicieran despertar al resto. Han sido muchos años de letargo popular. Sin embargo, esa iniciativa ha ido degenerando y al final se ha prostituido en manos de otras personas que, entiendo, nada tienen que ver con el asunto. Los más radicales han tomado posiciones y se han hecho con el protagonismo absoluto de una iniciativa que empezó bien, pero que ahora goza del rechazo popular. Llegados a este punto tengo que aclarar que las Fuerzas de Seguridad del Estado han actuado correctamente. Es decir, sin intervenir ante una masa. Hubiera sido peor el remedio que la enfermedad. Se les ha dado rienda suelta sin ningún tipo de problemas. Pero lo que está ocurriendo ahora ya tiene otro color. Se trata del estigma de la violencia. Son actuaciones que, impregnadas con el aroma del pacifismo y las manos levantadas en son de paz, entrañan los actos más intolerables y repudiables que se pueden dar en una democracia. No tengo especial simpatía por la clase polítrica, pero es el sistema que temnemos y, por tanto, le debemos un respecto. Dicen los clásicos que es el menos malo. El movimiento ha olvidado el diálogo. No estamos ante los mismos jóvenes que acampaban en las plazas del país para reivindicar un giro político. Tengo la sensación en este momento de que el movimiento 15M se ha convertido en el brazo armado de los antisistema. Estoy indignado con los que se denominan indignados y escupen y zarandean a los políticos.