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MENOS SIMPÁTICOS
Actualizado: GuardarLos 'indignados' han convertido su enojo inicial, absolutamente lógico, en ira y aversión indiscriminada. A nadie que no pertenezca a los dos terribles gremios que forman los políticos y los banqueros le caen bien sus componentes, pero las acampadas de los descontentos han conseguido que le perdamos simpatía a los reunidos. El paso que va de pertenecer al pueblo, que somos todos, a convertirse en plebe, pasando por formar turba y terminando por ser horda, está alarmando hasta a las piedras. El consejero de Interior catalán, Felipe Puig, del que no es temerario decir que no es una de las personas más inteligentes que ha producido su región, o su país, ha confesado que no descarta pedir ayuda a la Guardia Civil, que esa sí que es pueblo. Por su parte, el excoordinador de IU, Julio Anguita, que se partió el pecho, corazón incluido, luchando por quienes tienen menos, denuncia la manipulación de la «pinza». Nadie está contento en medio del barullo. Ni siquiera el alocado anciano Stéphane Hessel, inspirador del movimiento del 15M. Ha vendido tres millones de su panfleto, pero ahora pide calma. Los pirómanos siempre son los primeros en llamar a los bomberos.
Nos dejó dicho el gran Saramago que para solucionar la confrontación pueblo-gobierno habría que reinventar la democracia, ya que los últimos se han convertido en comisarios políticos y mandan las multinacionales. Reivindicaba también la potestad de que se le consulte a la gente con más frecuencia, no cada cuatro años.
El fondo de la cuestión, que es insondable, es el mal reparto de los bienes terrestres. Los diez señores más ricos del planeta, sumados sus patrimonios, superarían las rentas nacionales de los 55 países más pobres. No hay demagogia que pueda competir con los datos. Tampoco hay demócratas que puedan mejorar la democracia impidiendo que voten los parlamentarios. La violencia no es el camino, sino una vereda que conduce al autoritarismo, que es como ahora se le llama a las dictaduras.