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La estrategia de Bocanegra
Una famosa saga genovesa consiguió en el siglo XIV derrotar a la flota británica lo que otorgó al reino de Castilla la titularidad de la hegemonía marítima
Actualizado: GuardarCastilla, un pequeño reino interior, con escasas salidas al mar, inició en España la tradición marinera y la hegemonía de nuestra marina. Con la ayuda de grandes navegantes llegados de Italia y Portugal, comenzó a construir una poderosa flota que, dividida en tres departamentos, ejercían un dominio total del mar peninsular.
La primera era la flota del Cantábrico. Otra, tenía base en Sevilla, donde existían importantes careneros y por último, la flota del Mediterráneo, cuyo puerto más importante era Cartagena.
De entre todos los marinos y navegantes que llegaron a Castilla y a Aragón, destaca una poderosa saga genovesa, la de los Bocanegra.
Egidio Bocanegra fue el primero en entrar al servicio de la corona de Castilla, con el rey Alfonso XI y con él participó victoriosamente en la toma de Algeciras, lo que le valió la concesión del Señorío de Palma del Río.
Casado con María Piesco, tuvieron varios hijos, el más destacado, Ambrosio Bocanegra, llegó a ser Almirante de Castilla con el rey Enrique II.
Egidio, al que en Castilla llamaban Gil, decantó sus simpatías por el Trastámara, lo que le valió que en 1367, Pedro I, apodado 'El Cruel', lo ajusticiara, cuando asaltó una escuadra que descendía por el Guadalquivir y en la que llevaba toda la riqueza que atesoraba en Sevilla y con la que pretendía concertar el matrimonio de sus tres hijas con herederos ingleses.
Su hijo Ambrosio, para no verse en la misma situación que su padre, se marchó a Francia, pasando a formar parte de la corte de Enrique en el exilio.
Tras la muerte de Pedro I, regresó a Castilla, recuperando el Señorío del que le había privado el rey y llegando a ser almirante de Castilla.
Al mando de la flota castellana compuesta por unas pocas galeras, mal armadas y peor abastecidas, el almirante Ambrosio Bocanegra derrota una flota portuguesa que el rey Fernando I envía a bloquear la salida a la mar del río Guadalquivir, lo que supone la paralización de toda la actividad marítima y económica de Andalucía.
Bocanegra arremetió contra los portugueses a los que les hundió tres galeras y dos naos, provocando su huida y dejando libre la salida del Guadalquivir.
Pero la mayor hazaña de Bocanegra y la mayor victoria de la flota castellana se produce dos años más tarde, tras la firma del Tratado de Toledo con Francia, por el cual se ponen a disposición de los galos todas las fuerzas navales de Castilla para hacer frente al poderío naval británico que está decantando a su favor la Guerra de los Cien Años. A Castilla le interesa mucho aquella alianza y la posibilidad de acabar con la piratería inglesa que infesta toda la costa francesa y hace imposible el paso por el Canal de la Mancha, con lo que el comercio con Flandes se hace cada vez más difícil.
Ese comercio, fundamentalmente de lana merina, de la que Castilla tiene la más alta producción y la de mejor calidad, es casi la única fuente de recursos con que cuenta su maltrecha economía, por lo que es de vital importancia restablecer el tráfico marítimo.
Como consecuencia de esa alianza y de los intereses expuestos, la escuadra castellana, al mando de Ambrosio Bocanegra, se concentra en el Cantábrico para atacar la zona de suelo francés que permanece en poder de Gran Bretaña.
Las tropas francesas llevaban tiempo asediando la ciudad de La Rochelle, en la costa francesa, una ciudad fortificada que se resistía agónicamente y que era de vital importancia para la defensa de toda la región conocida como la Guyena. Desde Gran Bretaña y con la intención de hacer levantar el cerco, se envió una poderosa flota al mando del almirante John Hasting, conde de Pembroke y cuñado del rey inglés Enrique II. La componen 36 naves de guerra y varias más de transporte en las que se traslada un ejército de ocho mil soldados y quinientos caballeros con sus monturas, más pertrechos y alimentos, para una campaña que se vaticina larga.
La flota castellana, compuesta por 22 naves, zarpó en dirección a La Rochelle y a su encuentro salieron los británicos tan pronto supieron que las naves castellanas estaban cerca. Entre las islas de Re y Oleron, que protegen la entrada a La Rochelle, tuvieron el primer enfrentamiento el día 22 de junio de 1372.
Las galeras castellanas eran más recias y más ágiles en la maniobra, lo que sumado al sobrepeso de las británicas que transportaban caballería, tropas y material para el asedio de la ciudad, daba una superioridad maniobrera muy considerable.
Además, las naves castellanas habían incorporado por primera vez en la historia naval, piezas de artillería de las llamadas bombardas, con las que causaron estragos en las naves inglesas.
Una bombarda era un arma mortífera a corta distancia y solía disparar bolas de hierro o de piedra. Las primeras eran más contundentes, pero las otras se convertían en metralla cuando chocaban contra cualquier objeto duro, causando heridas pavorosas. La única dificultad que tenían aquellas primitivas piezas de artillería era que su capacidad de fuego no sobrepasaba los diez o doce disparos al día, lo que no era mucho, evidentemente.
Cuando caía la noche, se veía claramente que las naves inglesas habían sufrido mucho más daño que las castellanas, pero la situación todavía tenía algún equilibrio.
Fue en ese momento, al hacerse noche cerrada, cuando el almirante castellano, buen conocedor de los mares y sobre todo de aquella costa, ordenó a sus naves retirarse a alta mar, lo que, en principio, fue interpretado por los ingleses como un signo de victoria, pero la realidad era muy distinta.
El almirante Bocanegra sabía cuáles eran las intensidades de las mareas en aquella zona de bajíos, en donde la mar desciende varios metros, y que, permaneciendo en lugar que habían elegido los barcos ingleses para fondear, quedarían varados, cosa que así sucedió en la siguiente bajamar y ese fue el momento que aprovechó la escuadra castellana para volver a la carga y, sin posibilidad de maniobrar los británicos, terminar de infligirles una tremenda derrota.
En la refriega que se produjo a continuación, con las naves inglesas escoradas y encalladas, sin posibilidad de movimiento, las galeras castellanas se acercaban por la popa, punto más vulnerable de cualquier embarcación y arrojándoles materiales inflamables, flechas incendiarias y bolas con las bombardas, consiguieron incendiar y destruir prácticamente todas las naves.
En sus cubiertas, abarrotadas de soldados en exceso, era imposible organizar una defensa y los soldados optaban por tirarse al agua con el fin de ganar la playa, no muy lejana, pero el peso de las cotas de malla y armaduras los arrastraba irremisiblemente al fondo. Algunos consiguieron ganar la orilla para contemplar desde allí cómo más de 20 naves ardían totalmente, hundiéndose con toda su gente. Las que no se hundieron quedaron ingobernables y al subir la marea y desencallar, las olas las estrellaron contra las rocas. Solo unas pocas consiguieron romper el cerco y escapar de aquella masacre. Las que resultaron indemnes fueron apresadas, pasando a engrosar la flota castellana, como era costumbre en la mar.
Algo más vino a inclinar la balanza del bando castellano y es que en el saqueo de las naves, se encontró una enorme cantidad de dinero para el pago de las soldadas de los combatientes en la plaza asediada y de todas las tropas que los británicos mantenían en el territorio de Guyena, lo que suponía un importante tesoro.
El conde de Pembroke y cuatrocientos caballeros de 'espuelas doradas' fueron apresados y conducidos a las galeras españolas que en su regreso a Santander tuvieron a la fortuna nuevamente de cara, pues se encontraron cuatro naves inglesas que procedían de Bayona a las que también apresaron y unieron a la flota.
Esta batalla supuso la desaparición del poderío naval de Gran Bretaña y el cambio total de titularidad en la hegemonía marítima a favor de Castilla. Desapareció la piratería inglesa y las posiciones británicas en Guyena empezaron a declinar. El comercio con Flandes se intensificó, suponiendo para Castilla un auge tan importante, que la ciudad de Burgos, capital del reino en aquellas fechas, se convirtió en una de las más importante de la Europa continental, desde donde se centralizaba el comercio de materias tan importantes como la lana, el hierro de Vasconia o los cereales de Castilla.