CUESTIÓN DE EDUCACIÓN
Actualizado: GuardarDicen los que saben que el sistema educativo se tambalea de una forma más que alarmante. Que las grietas que presenta son tan irreparables que haría falta dinamitar por completo la estructura y comenzar de nuevo. A buenas horas, mangas verdes, podría usted decir. Usted, que lleva sufriendo en silencio -como las hemorroides- todo un calvario de decepciones y de despropósitos convertido en diseño curricular y en eso que llaman competencias transversales y que no son más que incompetencias puestas unas detrás de otras. Eso sí, en línea recta. Derechitos al fracaso. Usted que ha visto cómo sus hijos han ido cumpliendo, curso tras curso, objetivos que tan sólo han servido para rellenar la casilla adecuada del formulario de turno en la oficina correspondiente -imparables, que somos-, que han ido recibiendo una educación de libros viejos -usado y viejo aquí son sinónimos- y ordenadores nuevos, como aquellos que desperdiciaban la harina para aprovechar el afrecho. Una educación que hace mucho dejó de lado los principios de capacidad y mérito con el único fin de engordar las listas de analfabetos de este país. Una educación preocupada por las formas y no por el fondo, en la que se aprende pronto que si hay que destacar, es siempre mejor hacerlo por abajo que por arriba. Nuestros hijos saben que terminar la primaria o la secundaria no es más que una cuestión de tiempo y que el esfuerzo forma parte de una arqueología sentimental de un mundo en el que no nacieron, un mundo donde la memoria tenía otro valor además del histórico, un mundo que se escapa a su estrecho conocimiento del medio. Son -dicen- hábiles usuarios digitales porque la escuela 2.0, la de los portátiles verdes, se ha encargado de que los sean, pero son unos incultos vitales, porque la vida, aunque nos cueste creerlo, no se juega en la pantalla de un ordenador.
Lo que no dicen los que saben, es que tenemos la educación que nos merecemos. Una educación que repite y potencia el orden social en el que nos hemos acomodado. No hace falta ir muy lejos para ver dónde están los límites de este patio de colegio, y cómo cada uno escoge su rincón favorito. Allí están los que han ganado el partido, los que en vez de alegrarse de su triunfo celebran que son los otros los que han perdido. Van cantando aquello de «Hemos ganao la copa del meao.», aunque le cambian la letra y gritan mientras baten palmas «Diputación, Diputación.». En la otra punta están los que le han escondido la mochila a uno que les caía mal, al pringao de turno. «¿Dónde está mi bocadillo?», dice la pobre víctima «Ah. Yo no ha hecho -dicen los que saben dónde está- pregúntale a la seño», aunque en esta ocasión la mochila tiene forma de invitación, y el bocadillo, de asiento reservado en el pleno de investidura y la seño acusa a los culpables: «Mira, pequeño, lo que han hecho. Y eso que eran tus amiguitos..». Junto a las porterías están siempre los que tiran la piedra y esconden la mano. Son muchos, porque aquí no se ha aplicado la ratio. Son los que lideran las protestas pero luego entran en clase mientras sus compañeros están en huelga. Los que dicen a todos que sí pero que se salen por la puerta de atrás en cuanto tienen que tomar partido por alguno. Allí están los que se hacen los graciosos. Los que preguntan impertinencias, los que prefieren salirse de clase antes que contestar el examen oral, los que confunden atún y betún, sólo que en esta ocasión abandonan sus pupitres y el respeto hacia los ciudadanos que les habían votado, para unirse a los indignados, o a los que van quedando. Medio ocultos siguen los que cambian cromos repetidos, o los que trafican con aquella estampita que nadie consigue para completar el álbum, pero ahora intercambian cargos y asesorías.
Es muy fácil reconocerlos en esta escuela. Tanto, que desde que el examen de Selectividad se envuelve en el mismo celofán que la presentación de los presupuestos del Estado, ocurren cosas inexplicables. Como el examen de Lenguaje y práctica musical, que fue anulado en toda Andalucía por lo que parecía un defecto de forma -que no de fondo, lástima-. Lo que en principio parecía algo relacionado con el contenido del examen -una pregunta teórica que debía ser práctica- no era sino un episodio más de 'La ciudad no es para mí', porque somos tan endiabladamente modernos e imparables en esta Andalucía que nos permitimos el lujo de entregar los exámenes en un formato no compatible con los viejísimos aparatos que sigue teniendo algunos centros. Mucha innovación, sí, pero poca renovación. Total, con convocarlos de nuevo, asunto resuelto. No será ni la primera, ni la última.
Es cuestión de educación. Siempre estuvieron los matones en los patios de nuestros colegios. Hagan memoria. Se hacían pasar por coleguillas del empollón de las gafas de culo de botella con la única intención de copiarle las traducciones de latín, siempre estuvieron los de la mala leche, los que nombraban Miss Instituto a la más fea solo por el placer de reírse de ella, aunque que en esta ocasión la han nombrado alcaldesa. No sé por qué Isabel María Fernández, con su «bastón envenenado», con su aire a Tamara-Ambar-Yurena -«no cambié, no cambié, sigo siendo la misma.»- y su vestido de madrina de confirmación, me recordó tanto a Carrie en aquella escena final cuando la nombraron reina de la graduación. Solo que esta vez ha sido el PSOE el que la nombró reina del baile con la intención de ridiculizarla. «Ha sido una jugarreta», dijo la exalcaldesa conteniendo su indignación e intentando justificar su dimisión. Lástima que en esta ocasión, la telequinesia no funcionara. Si no, sabe Dios la que se podría haber formado.
Debe ser cuestión de educación.