Sociedad

El bosque de Felipe No había hablado hasta ahora, «pero ya ha pasado mucho tiempo». El paisajista que le inoculó la pasión por los bonsáis a González nos cuenta algún secreto

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Hay un tiempo para los hombres y un tiempo para las plantas. Quince años pueden enriquecer (o arruinar) la vida de una persona. En los vegetales hay un pálpito de clorofila que responde con regularidad matemática a los ciclos de las estaciones y que hace de ellos seres vivos bastante más previsibles que los humanos. Quince años han transcurrido precisamente desde que Felipe González cediera los bonsáis que reunió en su etapa de presidente de Gobierno al Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Y en ese tiempo la colección, expuesta en el jardín botánico de Madrid, ha madurado y mejorado hasta el punto de convertirse en una referencia para especialistas y aficionados de medio mundo.

Que González fue un gran aficionado a los bonsáis es de dominio público. Lo que ya no es tan conocido es que entró en el universo de los árboles enanos de la mano de Luis Vallejo, un paisajista que fue el introductor en España de esta cultura. Vallejo, un hombre afable pero extremadamente reservado, le enseñó las técnicas básicas y le transmitió también un entusiasmo que terminó haciendo de la residencia del jefe de Gobierno el principal taller de bonsáis del país. El paisajista siempre se ha resistido a hablar de su relación con González, al que le une una gran amistad. Pero ahora acepta contar algunas cosas de aquella etapa: «Total, ha pasado ya tanto tiempo...».

Todo surgió a raíz de la primera visita oficial del entonces presidente español a Japón. Corría el año 1985 y el primer ministro nipón le obsequió con un hermoso bonsái que dejó a González intrigado. «Por aquel entonces en España hablabas de esto y la gente te preguntaba '¿bon qué?'», recuerda Vallejo. A su regreso de Japón, el presidente intentó recabar información sobre su nuevo regalo y su camino se terminó cruzando con el de Vallejo. «Por entonces acababa de fundar el Club de Amigos de Bonsái de Madrid y había hecho una exposición en el jardín botánico, la primera que hubo en España. Tenía un taller-vivero en mi propia casa y un buen día Felipe se presentó allí preguntando por mí».

Al día siguiente el paisajista acudió a La Moncloa con la idea de despachar la cita con un par de consejos rutinarios sobre los cuidados que necesitaba la planta. Sin embargo, se sorprendió al encontrar a un González que se entusiasmó y le acosó con preguntas. Aquel encuentro selló el inicio de una amistad que se alimentaría de ramas, agujas y cepellones, y que con los años cristalizaría en una de las mejores colecciones del planeta. Vallejo se dio cuenta muy pronto de que aquello no iba a ser flor de un día. «Tenía una curiosidad extraordinaria y en poco tiempo hizo enormes avances». Además de sensibilidad estética, la nueva pasión del presidente requería ciertos conocimientos del mundo botánico. Vallejo recuerda que González no era el clásico urbanita incapaz de identificar a qué especie pertenece el árbol que tiene frente a su casa. «Una parte de su familia era de ascendencia cántabra y él formaba parte de una generación que no había roto del todo con el mundo rural en el que vivieron sus mayores, así que los árboles no le eran ajenos», recuerda. El alumno se aplicaba con fervor a la nueva disciplina. Leía los libros que le recomendaba el paisajista, se interesaba por ejemplares que se podían conseguir en viveros, encargaba recipientes para dar acomodo a sus primeras 'capturas'...

Confidencias

El maestro y su pupilo empezaron a hacer batidas por montes y áreas forestales los fines de semana en busca de nuevos retoños. González se sumergió por completo en su nueva pasión en los ratos libres que le dejaba su trabajo al frente del Gobierno. La afición desbordó el ámbito privado y en España se empezó a hablar por primera vez de bonsáis. Su amigo Gabriel García Márquez le regaló un precioso olmo a su regreso de un viaje a Japón, François Mitterrand le obsequió con un enebro y el rey Hassan II de Marruecos le proporcionó también algunos valiosos ejemplares. La colección crecía a tal ritmo que desbordó el recinto inicialmente acondicionado. Cuando el primer ministro japonés le regaló otra espléndida conífera en una visita a Madrid en 1987, González encargó a su maestro que acondicionase un lugar para los bonsáis.

Con la ayuda de un arquitecto, Vallejo diseñó y construyó un recinto de unos cien metros cuadrados en unas dependencias de La Moncloa. El 'arboretum' tenía una clara inspiración oriental: espacios limpios y sin ornamentos con presencia de elementos naturales como el bambú y las piedras. El recinto de los bonsáis, cuenta Vallejo, se convirtió muy pronto en una de las dependencias preferidas de Moncloa. «Recuerdo haber visto paseando por allí a personajes como Gorbachov, Helmut Kohl o la mismísima Margaret Thatcher», cuenta el paisajista. La sensación de armonía y el silencio hicieron del 'arboretum' un buen sitio para charlas que iban más allá del protocolo o incluso para las confidencias. Los bonsáis absorbían la mayor parte del tiempo libre del presidente que, siguiendo las indicaciones de Vallejo, se especializó en especies propias de la península como el pino albar, la sabina, la encina, el acebuche... Se intensificaron los paseos de maestro y alumno por bosques y La Moncloa se enriqueció con la presencia de nuevos ejemplares de árboles autóctonos.

Cura de estrés

González mantuvo viva esta afición hasta el fin de su etapa en La Moncloa. El presidente reconoció que le proporcionaba un sosiego que le permitía desconectar en los momentos de mayor presión. Vallejo lo explica así: «Los árboles no admiten el estrés porque su medida del tiempo es completamente diferente a la del hombre. Las prisas no sirven para nada; el hombre tiene que limitarse a respetar su tiempo». González, admite el paisajista, se convirtió en un alumno aventajado que incluso llegó a visitar en uno de sus viajes a Japón a Masahiko Kimura, el más venerado de los maestros de la cultura del bonsái.

Cuando en 1996 FG tiene que dejar la presidencia del Gobierno se plantea qué hacer con su colección, que ya sumaba más de un centenar de árboles, y decide cederla al jardín botánico de Madrid, dependiente del CSIC. Pero no tenía un recinto adecuado para exponer tan amplia selección y los bonsáis quedaron en depósito de Luis Vallejo. Mientras tanto, José María Aznar, el nuevo inquilino de La Moncloa, ordenó a las primeras de cambio el desmantelamiento del 'arboretum', uno de los símbolos espirituales del 'felipismo'. Nueve años pasaron hasta que el jardín botánico acondicionó finalmente un espacio para los bonsáis. En 2005 González se reencontró con sus criaturas vegetales al inaugurar el área del jardín dedicada a los pequeños árboles. A día de hoy los ejemplares recopilados por el ex presidente conforman la mejor colección de bonsáis de la flora ibérica y también una de las más atractivas desde el punto de vista histórico.