Erdogan: Los peligros del éxito
Por tercera vez consecutiva y por mayoría absoluta (50,30% de los votos y 326 diputados sobre 550) el 'Partido de la Justicia y el Desarrollo' – AKP – ha ganado las elecciones legislativas en Turquía
Actualizado:Por tercera vez consecutiva y por mayoría absoluta (50,30% de los votos y 326 diputados sobre 550) el 'Partido de la Justicia y el Desarrollo' – AKP – ha ganado las elecciones legislativas en Turquía y ha ofrecido a su fundador y líder indiscutible, Recep Tayyip Erdogan, una victoria política y personal. El principal partido de la oposición, 'Republicano del Pueblo', ha recogido el 25,96% y 135 asientos. Nacionalistas y kurdos también han obtenido representación.
No hay duda de que los excelentes marcadores de la economía, con un crecimiento fuerte y sostenido del PIB y de la renta por cabeza durante la década entera, que coincide casi por completo con la gestión del AKP, explican en gran parte lo sucedido. Pero también hay mérito en la revolución social paulatina y eficaz que el gobierno islamista moderado impuso en la sociedad lentamente hasta abolir de hecho los dogmas kemalistas, laicos y pro-occidentales que inspiraban la vida política del país desde la abolición del Califato hace 87 años.
Erdogan pasó durante estos años de un proscrito, juzgado y encarcelado por sus opiniones políticas y su uso de slogans religiosos en su campaña para hacerse una estatura internacional tras ser un buen alcalde de Estambul, a un líder carismático y un táctico hábil. Al tiempo que, a partir de 1992, ayudaba a reformar a fondo y modernizar el islam político del que fue incansable defensor el hoy desaparecido Necmettin Erbakan, maestro de la generación ahora en el poder, comprendió que la globalización imponía sus reglas y abordó junto al mensaje islamista en la dimensión cultural y popular (el debate sobre el pañuelo en lugares públicos y cosas semejantes) una muy realista adhesión a la gestión liberal de una economía abierta.
Hacia el fin del kemalismo
Erdogan tiene ahora 57 años y empezó su carrera orgánica como jefe de las juventudes del partido cuando todavía se llamaba “de la recta vía” (tuvo otros varios nombres, entre ellos “de la virtud”, obligado por sentencias judiciales que lo disolvían periódicamente y obligaban a su refundación). Su propia contribución, a medias con su inseparable compañero Abdula Gül, hoy presidente de la República, le llevó a introducir en el nombre final la palabra “desarrollo”, que daba una connotación material, técnica y prosaica al proyecto.
El éxito fue total y cuando entró en el ruedo, tras ser sustituido interinamente por Gül, por estar él judicialmente impedido para participar en elecciones, su impetuoso liderazgo se extendió por el país entero. Además, combinaciones diversas con formaciones menores en el parlamento (aún llamado con vocabulario arcaico y kemalista 'Gran Asamblea Turca') le permitieron ir constituyendo las mayorías legalmente requeridas para ir retocando la Constitución y, de hecho, haciendo inviable una nueva intervención de los militares, la última de las cuales había acabado con el gobierno de Erbakan en 1992.
La pugna Estado Mayor-islamistas cambió de tono cuando los uniformados asumieron que había concluido el tiempo de su tutela política sobre la vida nacional, su condición de cancerberos de una ortodoxia seglar basada en la obra del padre de la República en 1924, Mustafá Kemal, “Atatürk”, a su vez fundador, con Ismet Inonu, del 'Partido Republicano del Pueblo', todavía gran fuerza política nacional y eje de la oposición. La Constitución vigente era de 1982, y de hecho obra de los militares, que se autoatribuyeron en el texto un poder fáctico expresado orgánicamente en un inquietante 'Consejo de Seguridad Nacional' que a veces actuó como el genuino gobierno en la sombra.
¿Nueva Constitución?
Erdogan ha funcionado al revés que Erdogan: en vez de mendigar la autorización para gobernar y sufrir incluso humillaciones públicas de los uniformados, él se fortaleció en el parlamento y aprovechó el progreso material indudable, la coyuntura regional, la guerra de Iraq (en la que negó a los norteamericanos el paso por suelo turco, pero no su espacio aéreo y la crucial base de Incirlik) y una recuperación del orgullo nacional para obtener con las mayorías cualificadas exigidas por la Constitución vigente ciertas reformas simbólicas y hasta icononográficas que él convirtió en triunfos.
Finalmente ganó con el 58% de los votos el referéndum para aprobar hasta 26 enmiendas a la Constitución vigente, incluida un crucial reforma del sistema judicial y la abolición de una pretendida jurisdicción militar. Pero fue algo más y los analistas así lo subrayaron: fue en realidad un “test” de aprobación holgada de la orientación general del régimen y la gestión por el gobierno del AKP. Erdogán se sintió fuerte como nunca y se creció. Tanto que algunos medios empezaron a ver un peligro de autoritarismo que, en realidad, solo está fundado en el reconocido carácter fuerte y un punto visceral del interesado.
Convertida Turquía al mismo tiempo en una potencia regional emergente y estudiado a fondo su modelo económico-político por otros países musulmanes, Erdogan, que además ha rebajado la relación histórica con Israel a casi una ruptura, se vio fortalecido. Y se empezó a considerar que intentaría realmente cambiar el régimen con una nueva Constitución, lo que, en verdad, no es un proyecto oficial ni ha sido formalmente propuesto. De hecho, no ha llegado a los 330 diputados que le permitirían cambiar la Constitución en solitario. Si así hubiera sido se trataría tal vez de un régimen presidencialista (personalista, pues) y Erdogan, sobre todo si el jefe del Estado dispusiera de dos quinquenios, podría convertirse en una especie de gran sultán seglar… y casi eternizarse. Con los resultados de ayer eso es muy difícil.
En todo caso, se trata un proceso de intenciones que le hacen ya sus adversarios. Solo eso, pero que quizá crezca tras la victoria de ayer. Una victoria que, en cierto modo y si se la inserta en el marco que hemos expuesto someramente, es histórica.