Editorial

Tensión social

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Desde la campaña previa al 22-M y el surgimiento de los 'indignados', la tensión social se ha disparado en este país. De un lado, crece la zozobra en la vida pública, incluso después de que los movilizados del 15M hayan anunciado el abandono de las acampadas. Las irrupciones frente a las instituciones -las Corts valencias o el Congreso- o ante distintas organizaciones -la sede de la CEOE- colman la inquietud de una sociedad civil alarmada por la mala coyuntura y por un desempleo masivo que nos amenaza. Por añadidura, llegan noticias inquietantes de insolvencias autonómicas que han sido ocultadas por injustificables motivos electorales y se nos informa de que han sido detenidos elementos antisistema del colectivo Anonymous que habían irrumpido en la Red con intenciones destructivas. Estamos visiblemente en una etapa de fin de ciclo, en la que se auguran cambios y mudanzas que, gracias a la solidez de la democracia, no deben generar excesiva alarma. En consecuencia, las grandes fuerzas políticas deberían salir al paso de esta inquietud incómoda para controlar los procesos y garantizar el carácter pacífico de las transiciones, exigiendo de paso a los 'indignados' que respeten determinados límites más allá de los cuales el sistema podría llegar a verse amenazado.