opinión

El proceso

La primera señal de deterioro vino cuando se supo que para hablar con ellos era preciso dirigirse a los portavoces autorizados

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Creyeron que para hacer la revolución bastaba reproducir en la calle el simpático guirigay de Facebook y con esa convicción tomaron las plazas, constituidos según el modelo funcional del ejército de Pancho Villa. Los caminos de la Historia son imprevisibles. Armados de una especie de rebeldía angelical, los jóvenes del 15M llevaron a la calle ideas de utopía y modos de democracia asamblearia. Quizá ellos fueron los primeros sorprendidos al ver que aquel artefacto funcionaba. Al punto de la mañana las escobas hacían su trabajo, había colacao caliente para todos y las flautas empezaban a sonar al tiempo que bajo las lonas se iban engendrando propuestas para cambiar el mundo. A los poderosos no les inspiraban respeto por sus doctrinas, sino por la eficacia con que se habían organizado sin el menor incidente. Bajo la apariencia de una acampada de boy-scouts se fue revelando un movimiento perfectamente cohesionado por los lazos del malestar. Al principio todos los de fuera se dedicaron a halagarlo, siguiendo la corriente paternalista tan en boga. Poco más tarde, el poder decidió combatirlo, pero había dos formas de actuar: o bien con los métodos del conseller Felip Puig, a limpio mamporro, o bien mediante el estilo Rubalcaba, que consiste en sentarse en un balcón con vistas a la Puerta del Sol y desde allí contemplar como en un ‘time-lapse’ las sucesivas fases del proceso, desde la euforia inicial hasta el inexorable desgaste.