SAYO
Actualizado:Ayer, cuarenta de mayo, fue el día señalado por la sabiduría popular, vertida en refranes y dichos, para que nos despojásemos del sayo. Entiéndase por sayo la vestimenta o ropaje que protege nuestra desnudez, frágil y difícil de defender ante los notarios que nos rodean. Sí, amigos, con lo que hemos llegado hasta aquí, después de las torturas de mancuernas y flagelaciones dietéticas, es con lo que tendremos que defender las primeras camisetas y pantalones cortos de la temporada. Algo podremos remediar en un último esfuerzo a base de batidos adelgazantes y series de abdominales a escondidas, pero estamos hablando de gramos, de cuarto y mitad, no más. Ánimo, que nos va a hacer falta. Porque en este tema de nuestro físico prácticamente todos somos indignados, de acampada eterna; la belleza y sus cánones no quieren oír ni hablar de democracia, son dictaduras indiscriminadas que niegan la voz, el voto, y lo que es peor: la miga del pan y el trago de vino. De todas formas, queridos leyentes, si el mal es de todos, o casi, deberíamos ayudarnos en este incómodo tránsito de pasar de la ropa de entretiempo a la pornográfica indumentaria estival. ¿Cómo nos ayudamos? Muy sencillo, hagamos la vista gorda (perdón). Quiero decir que no miremos de frente al problema. Si nos arde la curiosidad, utilicemos los discretos reojos y las miradas por la espalda, tan hipócritas y tan necesarias. Y por supuesto, nada de gritar a los cuatro vientos el primer avistamiento de «amigo cetáceo» embutido en un polo Lacoste con el cocodrilo estirado como una culebra. Recuerdo que, quien más quien menos, tiene un colgajo de epidermis inconfesable; una estría que no la matas ni con cremas caras; o una lorza indomable que se ha instalado en nuestro abdomen sin permiso. En otras palabras, sobre todo estas primeras semanas, mirémonos a los ojos, el espejo del alma y la única parte del cuerpo que no engorda al comer. O eso, o asumimos que la auténtica belleza está en el interior. ¿No cuela verdad? Pasen buen día.