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Y súbitamente.

JAIME PASTOR
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Los jóvenes salieron a la calle y súbitamente todos los partidos envejecieron', sentenciaba una reciente viñeta del filósofo gráfico El Roto. En realidad no son sólo los partidos, es el sistema en su conjunto el que exhibe estos días su más dramática obsolescencia, un proceso degenerativo que viene fraguándose desde hace mucho tiempo ya, pero que ahora se muestra con una inquietante evidencia. Lo que ocurre es que la pasividad, el inmovilismo, el consentimiento de la ciudadanía, dieron apariencia de normalidad a un sistema acostumbrado a facilitar analgésicos a cambio de una paz social ficticia. Es verdad que mientras no eclosione ese mundo nuevo que llama a la puerta con insistente urgencia, habrá que tener sumo cuidado de no quedarnos a la intemperie. El reto es llevar a cabo un tránsito no traumático, y para ello habrá que empezar a construir desde este mundo obsoleto ya y escasamente atractivo para mucha gente, pero el único que tenemos.

Dado que los integrantes del movimiento de los indignados no son ni unos piojosos ni unos irresponsables, como están demostrando ellos mismos, y mal que les pese a cierto tipo de gente afectada por un fatalismo enfermizo y por una mediocre concepción de la vida, lo que uno desea es que el movimiento iniciado el 15M se constituya en perenne conciencia crítica y en revulsivo de un modelo social, económico y político 'inhóspito para el ser humano'. No cejar en el empeño, no sucumbir, no desaparecer, tiene que ser la primera consigna de este movimiento.

La presidenta de la comunidad de Madrid, con esa renuencia típica de los conservadores hacia la discusión, las distinciones y los matices, decía hace unos días que la democracia no admite apelativos. Según ella, hablar de democracia real está fuera de lugar, puesto que la democracia es o no es. Pues no, señora: hay democracia y democracia, y por mucho que desde una postura liberal o neo se quiera imponer ese esencialismo encubridor tan en desacuerdo con una deseable perfectibilidad de la democracia, el movimiento del 15M tiene razón al sostener que la democracia no es, sino que se hace, y que, por tanto, tiene grados. Y se hace desde la generosidad y no desde un clasismo mediocre; desde la altura de miras y no desde trasnochados principios que no pretenden otra cosa que encubrir intereses de tribu.

El movimiento de los indignados se encuentra atrapado entre dos posturas de la clase política: la derecha sabe perfectamente qué quieren los jóvenes indignados, pero no está dispuesta a ceder en nada. La izquierda en cambio estaría dispuesta a ceder, pero no parece saber exactamente qué quieren los indignados. ¿Seguirá finalmente el mundo, como siempre, dirigido por quienes saben lo que quieren y se aplican en el empeño? De momento, el sistema ha mostrado su verdadero rostro, lleno de arrugas, y ello gracias a los indignados. Hay que seguir.