Pedir ayuda para morir es fácil y barato. En Suiza, por 65 euros al año, se consigue día y hora para un suicidio asistido
Actualizado: GuardarMi nombre es J.H. Tengo 19 años y vivo en Escocia. Hace dos meses traté de suicidarme saltando desde un aparcamiento. Fallé, y ahora escribo este mail desde la cama de un hospital de Glasgow. Me rompí una pierna, una rodilla, el sacro y me partí la columna vertebral por tres sitios. He perdido mi capacidad sexual y tengo problemas para controlar mis intestinos y mi vejiga. Me esperan seis meses en cama y el resto de mi vida en una silla de ruedas. No puedo soportar la perspectiva de esta vida. Y tendría demasiado miedo para tratar de matarme de nuevo. Mi pregunta es si me considerarían para someterme a un suicidio asistido. Espero que escuchen mis deseos...».
La carta es tan escalofriante como real. Es una de las casi 200 misivas o llamadas (la mitad desde más allá de las fronteras helvéticas) que cada año recibe Dignitas, una de las dos grandes asociaciones que llevan a cabo suicidios asistidos en Suiza y la única autorizada para practicarlos con extranjeros. Y va a poder seguir haciéndolo. Zurich, donde tiene su sede el mortuorio grupo, acaba de rechazar abrumadoramente ilegalizar la eutanasia o limitar este derecho a los helvéticos. Un 85% de los votantes optó por mantener todo como está.
Y allí sigue. En el centro de Zurich. En el tercer piso de un gris, frío y funcional edificio que casi parece de oficinas. En el número 84 de la calle Gertudestrasse se encuentra el apartamento alquilado por la organización Dignitas en la que anualmente son ayudadas a morir unas 200 personas. El escenario de casi 2.000 suicidios asistidos desde que esta asociación se puso en marcha a finales de los 90. Una vivienda de puerta verde y apenas 40 metros cuadrados. Un piso con una cocina, un cuarto de baño y una habitación con dos camas. Un dormitorio donde cientos de personas han expirado, iluminados por grandes ventanales y al son de una minicadena junto a la que se amontonan cedés en el suelo. Música clásica y de meditación. La banda sonora del último viaje. Un cuadro de una mujer desnuda presidía hasta no hace mucho la estancia. Desde Dignitas aseguran que representaba la vida...
Dudas con los donativos
Hace años que el grupo suizo no proporciona cifras de sus 'clientes'. Dicen que por respeto a la intimidad de sus socios. Hay quien piensa que por no escandalizar demasiado a la opinión pública. La última estadística oficial, la de 141 suicidios asistidos, la proporcionó en 2007 el abogado y experiodista Ludwig Minelli, el 'alma mater' de Dignitas, el creador allá por 1998 de un grupo con un rotundo lema: «Vivir y morir con dignidad».
Acceder a sus servicios parece tan sencillo que asusta. El primer paso es contactar. Llamadas desesperadas como el mail enviado por el joven escocés paralítico. La entidad reclama entonces todos los informes médicos que avalen que la dolencia no tiene cura. Si el afectado pasa la primera criba, el siguiente paso es hacerse socio. La 'matricula', 160 euros. La cuota anual, 65. Con las mismas pocas pegas que el que se inscribe en un club de petanca o contrata un seguro de vida. Pedir ayuda para morir es fácil y barato. Claro que Minelli no rechaza donaciones altruistas. Soraya Wernli, una antigua enfermera de la asociación y cofundadora de la misma, no dudó en tirar de la manta tras abandonar la entidad. Acusó a Minelli de enriquecerse. Y ha desvelado algunos 'regalos': «Recuerdo el caso de Martha Hauschildt, una anciana alemana de 81 años que murió en julio de 2003 y a la que vi entregarle 200.000 francos suizos. Minelli no los declaró». Lo del dinero no es una cuestión baladí. El Código Penal sí castiga hasta con cinco años de cárcel a «cualquiera que, por motivos egoístas, instigue al suicidio». Si se ayuda a morir 'altruistamente', y siempre que no haya personal implicado en el 'proceso final, médico de por medio, la ley no pone impedimento alguno.
El último sorbo
El 'cliente' elige el día y la hora de la muerte, la fecha en la que dará sus últimos pasos hasta la calle Gertudestrasse. Un equipo de médicos, psicólogos y voluntarios sociales comprueban de nuevo que la enfermedad es irreversible y que la persona tiene plenas sus facultades mentales. Si es así, un vaso de agua con 15 gramos de barbitúricos (pentobarbital de sodio) hace el resto. Los miembros de Dignitas solo entregan la droga al afectado. Él debe tomársela. De lo contrario no sería un suicidio asistido; sería asesinato. Antes del postrero trago, los 'inquilinos' del piso de Zurich rellenan una macilenta hoja amarilla: «Yo... decido efectuar, hoy día..., mi suicidio. Y declaro no hacer responsable a Dignitas si, con la ayuda de la persona de esta asociación y de la sustancia administrada, el suicidio no tiene éxito». Y beben el pentobarbital al son de la música elegida...
«Los 'turistas' llegan a Zurich al mediodía para comer y por la tarde ya están muertos», es la crítica lanzada por el diputado Dorle Vallender. «Este tipo de muerte rápida es indigna. Muchas de estas personas podrían haber vivido varios años más», lamenta el fiscal de Zurich Andreas Brunner. Una jueza del cantón de Appenzell incluso intentó cerrar la frontera suiza con Alemania a los suicidas. Pero el trabajo de Dignitas o Exit (la mayor asociación de suicidio asistido, aunque sin oferta a extranjeros) sigue viento en popa. Según Brunner, la mayoría de turistas llegan del país germano y el Reino Unido. Aunque también de mucho más lejos, como China. Y no faltan los españoles.
El tenaz fiscal Brunner teme por encima de cualquier muerte una especialmente impactante: el de los suicidios dobles. Matrimonios de ancianos, y no tanto, que acuden juntos al piso de Zurich y allí mueren juntos. Incluso aunque solo uno esté enfermo. El suicidio de Edward Downes, director de la Royal Opera House de Londres, y su esposa Joan en 2009 en el silencioso apartamento de Zurich desató una agria polémica en Gran Bretaña. Edward tenía 85 años y estaba ciego y sordo. Su mujer tenía cáncer terminal. Entraron de la mano en la vivienda y ninguno salió. Punto y final a 54 años unidos. «Los dos eran suficientemente afortunados por la vida que habían llevado. Y no querían seguir padeciendo», justificaron sus hijos en un comunicado.
Dignitas no deja de defender su trabajo, ahora con más ahínco si cabe tras el refrendo de los suizos. «La gente que acude a nosotros son como las personas que saltaron desde las Torres Gemelas el 11-S. Desean evitar sufrimientos terribles y quieren morir con dignidad. Todo es legal», aseguran desde el organismo. El debate sobre la muerte sigue tremendamente vivo.