Sociedad

Berlusconi, ¿el fin de una era?

Tras su histórica derrota en las municipales, por primera vez se piensa seriamente en Italia en la caída del magnate, que puede abrir un vacío político lleno de incógnitas

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La lectura de las elecciones municipales del pasado fin de semana en una parte de Italia es sencilla. Ante el riesgo de perder su histórico feudo de Milán, el primer ministro, Silvio Berlusconi, dijo esto: «No es un voto ordinario. Es un voto sobre mí y sobre mi Gobierno, está en juego mi futuro y el de la legislatura». Dicho y hecho, perdió en todas partes. Naturalmente, ahora la culpa es de todos menos suya, pero ya no engaña a nadie.

La derrota se ha interpretado en Italia como un auténtico cambio de época que presagia un gran giro político, aunque quedan dos años para las generales. Es la primera vez que el electorado de la derecha hace saber a Berlusconi, ya que se ha empeñado, que le exige algo más que su cara bonita. No le han servido su victimismo, advertir que llegan los comunistas, ni sus grandes promesas. Esto ya es una revolución, porque la fórmula había funcionado mágicamente desde 1994. Y es que Berlusconi ha perdido su fantástica capacidad para comunicar. Parece un disco rayado. El problema se agudiza porque en los últimos tiempos debía multiplicar esa faceta para maquillar un trasfondo cada vez más aparatoso. El paradigma es el caso 'Ruby', donde está acusado de prostitución de menores y abuso de poder por sus relaciones con una joven marroquí. Aquí ha traspasado todos los límites en el nulo respeto a jueces e instituciones, el ridículo internacional y el uso de la política para resolver sus asuntos. Al margen de sus orgías, lo más difícil de hacer tragar fue su llamada a comisaría para que pusieran en libertad a 'Ruby', con la trola de que era sobrina de Mubarak. Que su principal línea de defensa sea que lo creía de verdad no ha hecho más que empeorar las cosas. Y que todo el centro-derecha votara que también se lo creía ha puesto en evidencia su grado de borreguismo.

La adulación de sus acólitos ha sido un rasgo esencial de estos años, pues Berlusconi se ha rodeado de 'yes men', gente que le dice a todo que sí. Solo hay que ver la fiesta que le organizó hace un mes la sección de su partido, el Pueblo de la Libertad (PDL), en Lombardía, la región de Milán: le dieron un huevo de pascua de chocolate de dos metros, de donde salió una modelo sueca tocando el violín. Luego le regalaron un toro de cristal de Swarovski porque, literalmente, «tiene los huevos como los tuyos». Es en Lombardía, que se creía inexpugnable, donde se ha desplomado la derecha.

Autopista de izquierdas

Perder el norte parecía imposible para los conservadores italianos. En todos los sentidos. Así como Berlusconi es su única guía, el norte del país, de los Alpes al Véneto, el corazón burgués e industrial de Italia, era su territorio histórico. Pero ahora, como ha notado el diario turinés 'La Stampa', si se coge la autopista Turín-Trieste, la A4, solo 120 de 517 kilómetros son del centro-derecha. Todas las capitales de región están gobernadas por el centro-izquierda.

Otro dato importante es que la derrota ha afectado de igual modo a la Liga Norte, el partido federalista de Umberto Bossi, defensor de una legendaria Padania en torno al Po. Se creía eterna e intocable en sus parroquias, pero en su reino de la comarca de Brianza, por ejemplo, ha perdido cuatro de catorce ayuntamientos. Para la Liga ha sido un 'shock', al igual que para los analistas. Hasta ahora se consideraba que Berlusconi y la Liga Norte formaban una bolsa única de votos, que pasaban de uno a otro sin salir de ella. Ahora se ha roto. Por primera vez la Liga ha pagado su alianza con Berlusconi. Incluso para los votantes de la Liga el fin, la soñada Padania, ya no justifica los medios. Cunde un cabreo nada disimulado y la conciencia de que hay que quitarse de encima al primer ministro. Pero no saben cuándo les conviene hacerlo.

Así se llega a otro fenómeno inédito. Se habla abiertamente del fin de Berlusconi, de su sucesión y de cómo gestionar su salida. Por primera vez estorba, de repente ha cesado el peloteo y voces relevantes del PDL piden unas primarias. El símbolo es lo que hizo el candidato del partido en Nápoles, Gianni Lettieri: pidió por favor que Berlusconi no fuera allí a cerrar la campaña electoral. Pero fue. Lettieri perdió de forma aplastante.

La gran coalición de centro-derecha que ha gobernado Italia durante una década se está descomponiendo -la UDC democristiana dejó a Berlusconi hace cuatro años y Gianfranco Fini, hace uno- y el último aliado, la Liga Norte, puede saltar en marcha. Pero es la derecha en sí la que saltará por los aires y deberá reinventarse si pierde a su único aglutinador, Silvio Berlusconi. Precisamente de un vacío similar en 1994, tras ser barrida media clase política -Democracia Cristiana y Partido Socialista- por los escándalos de corrupción de Manos Limpias, salió el 'Ca- valiere'.

Bichos raros

Sin embargo, la paradoja de estas elecciones es que se sabe quién ha perdido, pero hay dudas sobre quién ha ganado. Esto acentúa la sensación de que se aproxima un panorama político muy incierto. El Partido Demócrata (PD), principal partido de la oposición, canta victoria, pero basta bucear en los datos para ser escéptico. Lo cierto es que las tres grandes derrotas de Berlusconi -Milán, Nápoles y Cagliari- se han producido a pesar del PD y contra su criterio. En Milán y Cagliari -donde ha dado la sorpresa un joven de 31 años, Massimo Zedda-, se impusieron en las primarias candidatos que no eran los oficiales del partido. Es más, Giuliano Pisapia, nuevo alcalde de Milán, es de la formación de extrema izquierda SEL (Izquierda Ecología Libertad), de Nichi Vendola. Y el vencedor de Nápoles, el exfiscal Luigi De Magistris, es de Italia de los Valores, el partido del exmagistrado Antonio Di Pietro, y es un bicho raro ajeno al mundillo político.

La moraleja es novedosa y, según se mire, preocupante para el PD. La gente ha votado en clave antiberlusconiana, pero también por lo nuevo, lo ajeno a los pasteleos de los partidos, incluidos los de oposición. El caso más flagrante es Milán, ciudad burguesa y conservadora por antonomasia, que ha querido como alcalde a alguien de extrema izquierda. Y en Nápoles se da una situación reveladora: el 49% no votó, hastiado, y los demás se lanzaron -un 66%- a la cara nueva. En cambio, en el PD, que ahora dirige Pier Lugi Bersani pero como de interino, siguen sin tener un líder claro y solo se barajan los de la vieja guardia.

Lo ocurrido es lógico, porque una de las claves del dominio de Berlusconi ha sido la falta de alternativas, dada la incapacidad del centro-izquierda para cuajar alianzas creíbles. Cuando el hartazgo ha sido máximo, el votante ha vencido su inercia a la abstención, pero ha buscado otra cosa. El mensaje de fondo es una alergia general hacia los partidos que debe preocupar también a la oposición. En un escenario inestable, como en 1994, pueden surgir de la noche a la mañana líderes nuevos que sepan interpretar el momento. Los vencedores tienen algo en común que han perdido los partidos: credibilidad. Están ahí porque creen en lo que hacen y desean una regeneración ética.

Sueño envenenado

Conviene recordar que algo parecido a los 'indignados' que han surgido en España existe desde hace años en Italia, donde sobran razones para montar un pollo. Es un movimiento que se ha aglutinado en torno al cómico Beppe Grillo, feroz crítico antisistema, que ha terminado con listas en las municipales y ha alcanzado nada menos que un 4% de los votos, con un 10% en Bolonia, bastión comunista. Une a todos estos movimientos el ser anti-Berlusconi, identificado como cáncer de la democracia. Pero, si el magnate sale de escena, no serán amables con la oposición.

Parece que todo un mundo empieza a desmoronarse, el de la llamada Segunda República -la Primera sucumbió en 1992 con Manos Limpias-. Todo ha empezado en Milán, la ciudad de Bettino Craxi y de su discípulo, Silvio Berlusconi. Para varios analistas, con estas elecciones se han cerrado los años 80. «Ha terminado la política de las caras operadas, de las convenciones, de las 'escort', del hedonismo alegre de mentira, de la ignorancia ruidosa presentada como autenticidad popular. Ha terminado la serie televisiva. Lo que viene después no lo sabemos. Pero sabemos por fin que existe un después, y esto basta», ha escrito Michele Serra, de 'La Repubblica'. Y ha concluido Massimo Gramellini, de 'La Stampa': «Los años 80 nacieron como reacción a la violencia política y a los delirios de la ideología comunista. El individuo tomó el lugar del colectivo, lo privado el de lo público, la discoteca el de la asamblea, la diversión el del compromiso. La televisión comercial -luminosa y transgresiva, vulgarmente liberadora- fue el símbolo, Milán su capital y Berlusconi el icono, la utopía realizada. Como valor supremo la igualdad cedió el paso a la libertad, entendida como el derecho al propio provecho fuera de las reglas, porque sólo de este egoísmo podía surgir el bienestar. Por desgracia, también el consumismo se ha revelado un sueño envenenado. Entrar en el 2000 con un hombre de los 80 era un modo inconsciente de parar el tiempo. Pero se acabó».