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análisis

Perú: el cáncer vence al sida

ENRIQUE VÁZQUEZ
MADRIDActualizado:

Finalmente, y por estrecho margen, Ollanta Humala -el 'cáncer'- venció a Keiko Fujimori -el 'sida'-, según la notable terminología político-sanitaria que en la primera vuelta de la elección presidencial en Perú creó el incansable Mario Vargas Llosa, quien se involucró a fondo en la campaña… y terminó pidiendo el voto para el primero.

La razón es coherente con su condición de heraldo del campo anti-fujimorista, que se ubica en una estricta adhesión al estado de derecho y la genuina democracia, dos reclamos ante los que el premio Nobel se apresta a sufrir el programa económico -sea real, potencial, virtual, presunto o tentativo- de populista Ollanta Humala.

Pero Ollanta ya no es populista -como su rival derrotada, Keiko Fujimori, tampoco es "populista de derechas", como ha sido descrita a falta de mejor catalogación- y si le quedaba algo y ese algo privaba de algunos votos, se lo prohibió amistosamente el asesor brasileño Luis Favre, enviado por Lula y su equipo del 'Partido de los Trabajadores' para ponerle definitivamente en la buena senda.

La utilísima primera vuelta

Ollanta podría nombrar en seguida primera ministra nada menos que a Beatriz Merino, política, jurista y economista de irreprochable tradición progresista-liberal ('London School Economics') y que ya ejerció año y medio como tal bajo la presidencia de Alejandro Toledo, el hombre que puso los cimientos del vigente crecimiento y careció de tiempo -la presidencia, cinco años, prohíbe la reelección inmediata- para pasar a la fase social.

El 'gran elector' Vargas Llosa se quedó estupefacto ante el resultado de la primera vuelta, con el desplome de su candidato, el propio Toledo, que solo pudo ser quinto. Ambos reaccionaron rápidamente pidiendo el voto para Ollanta, quien súbitamente padecía un cáncer –el populismo nacionalista-indigenista de izquierda– curable. La primera vuelta fue más que útil: permitió descubrir no solo el genuino sentimiento popular a través de seis candidatos de peso, sino decantar las actitudes para el 'round' final.

Así, Fujimori hizo saber que a nacionalista nadie le gana y acuñó un slogan impecable: "aquí no mandará nunca Chávez, y eso ocurriró si gana Ollanta", descrito como su socio potencial. Y Ollanta descubrió la utilidad de los mecanismos del mercado, la Bolsa y la libertad económica: "no habrá nacionalizaciones"… y se limitó a defender un programa, viable al parecer, de "mejor redistribución del ingreso".

El caso Fujimori

Otra de las ventajas de la impresionante campaña electoral es que ha dejado visto para sentencia, si vale decirlo así, el asunto Fujimori, don Alberto, presidente durante diez años, padre de la congresista y candidata derrotada Keiko, y condenado a 25 años de prisión por delitos de violación de los derechos humanos y corrupción en los “años Montesinos”, su jefe de inteligencia que en la lucha contra la guerrilla maoísta, cometió todos los abusos imaginables.

Keiko evitó prometer solemnemente que indultaría a su padre en el acto y consiguió que tal objetivo no fuera la razón única o principal de su comparecencia. Si los fujimoristas – que abundan – esperaban algo al respecto, Ollanta, siempre bien aconsejado, lo prometió: él considerará la enfermedad de Fujimori, su edad y el tiempo encarcelado como elementos, previstos en la Ley, para un eventual perdón presidencial, lo que el presidente saliente, Alan García, no podía hacer.

Keiko no terminará su carrera política por eso, pero deberá esperar otros cinco años – y ver qué pasa con su papá de aquí a entonces y, sobre todo, qué hace con los millones de votos recibidos. Ella sabe, como Omala en su campo, que volverán donde solían y que son producto del reagrupamiento y la simplificación a que obliga la segunda y definitiva vuelta. El fujimorismo, pues, tiene unos años difíciles por delante.

La fuerte polarización

Por muy circo en el que abundan las payasadas que sea la elección, como dijo también don Mario Vargas, la jornada ha servido para confirmar lo sabido: el viejo Perú de los partidos tradicionales no solo está muerto, sino enterrado. Lo estaba ya, en realidad, cuando se soñó con su vuelta con la candidatura de Pérez de Cuellar, batido en 1995 por Fujimori.

La excepción ominosa que sin duda fue la década fujimorista alteró profundamente la vida política y sus hábitos y, ayudada por la rebelión guerrillera maoísta del 'Sendero Luminoso', alumbró otro Perú. Es el que votó ayer masiva y cívicamente, sin el menor incidente digno de mención, y que, aunque todavía con balbuceos, está en la senda democrática para quedarse. La polarización social acusada, con algunos excesos preocupantes, debería rebajarse rápidamente y la fuerza de los hechos y la expectación suscitada darán una tregua al gobierno en primera instancia.

Ollanta tiene una oportunidad de oro para que su país siga avanzando. Converso táctico, pero converso al fin, a las bondades de la economía abierta dispone de un arsenal de argumentos sobre los que fundar su gestión: la de algunos correligionarios y sus experiencias político-económicas en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Uruguay, por citar cuatro países que eligieron modelos de izquierda, distintos por cierto, y con resultados también distintos y tradiciones propias y no intercambiables. Analistas independientes creen que su gobierno tenderá a acercarse al llamado 'consenso socialdemócrata': realismo en la gestión, saneamiento constante de las finanzas públicas, fiabilidad política y un papel para el estado en la gestión de los instrumentos de nivelación social.

Beatriz Merino sería una fantástica señal en este camino…