SOMOS DOSCIENTOS MIL

JEREZ, PURA CHAPUZA

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El diccionario de la lengua española define la palabra «chapuza» con varias acepciones, de las que me fijo en la que dice: «Obra hecha sin arte ni esmero». De hecho, los españoles utilizamos el término chapuza para definir aquella obra que se hace por alguien poco cualificado para realizarla, a quien directamente llamamos chapucero.

La chapuza forma parte del modo de los españoles y de España, donde el chapucero está presente en cada rincón. Cuántas veces a usted le ha hecho un apaño en el coche alguien que dice entender y, al final, la solución ha sido más cara que si desde el principio hubiera acudido al taller oficial. Cuántas veces ese cuñado, ese amigo, ese conocido, se nos ofrece para realizarnos una labor en casa (tirar un tabique, colocar una persiana, poner un enchufe) y claro, al final debemos acudir avergonzados al profesional de turno para que resuelva el entuerto.

Confieso con sonrojo que yo mismo alguna vez he pecado de chapucero. Aún recuerdo cuando de joven decidí cambiar el cable del embrague de una moto que tenía. La cara sonriente de los mecánicos del taller, donde revisaba normalmente el vehículo, cuando me vieron llegar sudando, empujando la moto con medio motor desmontado y un cable colgando, es de esas que se graban con fuego para toda la vida en el alma.

Pero para chapuza de verdad, con todas sus letras, lo que ocurre en nuestro Ayuntamiento. Jerez es una ciudad donde el chapucero se integra con total naturalidad en todos sus estamentos, incluido el de la clase política que frecuentemente se mete en ciertos embrollos para los que no cuenta ni con la capacitación, ni con los conocimientos necesarios.

La última me llega con el tema de los autobuses urbanos; por si no hubiera problemas que contar con relación a los mismos y a su empresa concesionaria (la que se ha ido y la nueva) ahora van y ponen en circulación cuatro flamantes unidades de autobuses que, al parecer, no están libres ni siquiera de sospechas.

El rumor (que en periodismo es la antesala de la noticia) se ha extendido por toda la ciudad, en el sentido de que los vehículos no son nuevos a estrenar sino que, por el contrario, son usados, tal vez de los denominados kilómetro cero. Y claro, viejos lo que se dice viejos no son, pero nuevos, lo que se dice del paquete, parece que tampoco a pesar de la vehemencia con la que los políticos están intentando vender su nuevo logro.

Algunos usuarios me dicen que se les nota el uso, que si los asientos presentan zonas con un desgaste anormal para ser nuevo, que si el suelo ha sido pisado por más gente de la cuenta, o que si aquello, en líneas generales, no termina de funcionar todo lo bien que cabe esperar de un autobús que, por poco, superaría de largo los 200.000 euros. Aires acondicionados que no enfrían, emisoras que no funcionan o puertas que no abren bien. Añadan a ello que los propios trabajadores se han quejado porque los autobuses presentan problemas: chapas que se sueltan, averías impropias de un autobús que debería estar en rodaje, o cableados completos que hay que reparar, algo que se realiza con piezas que se extraen de viejos autobuses averiados.

Y claro, con todas estas premisas, este mal pensado cronista concluye que algo debe haber de cierto. De ser autobuses nuevos no es normal ni que presenten los síntomas de desgaste, ni que se averíen de forma frecuente y, menos aún, que se reparen con piezas de vehículos antiguos. En materia de autobuses urbanos, como en todo el resto de vehículos, digo yo, que la marca fabricante del mismo respondería de todos los fallos y defectos con sus dos años de garantía salvo que, efectivamente, los autobuses no se hubieran estrenado en Jerez.

Es triste pero la chapuza es norma básica de nuestra sociedad. Somos chapuzas en todo, desde intentar colarnos en el puesto de la plaza a pretender que alguien nos arregle algo por la mitad de lo que realmente vale. De ahí a que las autoridades vendan como nuevo lo que al parecer no lo es, va un simple calificativo, el de «chapuza».