Los reyes de Oriente El monarca de Bután, el más joven del mundo, anuncia por sorpresa que se casa en octubre
El de Camboya habla checo y fue profesor de ballet, el de Tailandia tocó jazz con Benny Goodman y el sultán de Brunéi posee casi 2.000 coches de lujo
Actualizado: GuardarBután, el pequeño reino del Himalaya, recuerda poderosamente a los países de los cuentos. Las apariencias suelen engañar, y seguro que por debajo de esa superficie idílica hay miseria, sufrimiento, rencores y maldad, como en todas partes, pero el caso es que los butaneses han sabido convertir en algo mágico su rara mezcla de atraso y modernidad, de espiritualidad y burocracia, de pobreza y sonrisas: se trata de un lugar de una belleza sobrecogedora, sin ningún semáforo en todo su territorio, que estuvo cerrado a los extranjeros hasta 1974 y no dispuso de televisión hasta finales de los 90. El deporte nacional es el tiro con arco, una de cada cinco personas vive en un monasterio, los ciudadanos están obligados por ley a vestir igual que sus antepasados de hace siete siglos y el Estado se dedica a calibrar mediante encuestas anuales la Felicidad Interior Bruta, el indicador ideado por el anterior rey, Jigme Singye Wangchuck. Un hombre, por cierto, que también destaca por haber roto con todas las costumbres de la teocracia mundial al abdicar con 51 años para entregar el país a sus súbditos e instaurar la democracia.
El hijo de Jigme Singye, que se llama Jigme Khesar Namgyel Wangchuck, se convirtió con su ascenso al trono en 2006 en el monarca más joven del mundo. Tiene 31 años, se educó en Oxford y le apodan 'el Rey del Pueblo', porque ha eliminado los restos de absolutismo que pudiesen seguir adheridos a la llamada 'corona del cuervo', pero también por su costumbre de acudir hasta los rincones más inaccesibles del territorio, aunque ello exija varias jornadas de marcha a pie. Sin embargo, en este país de cuento seguía faltando algo: los reyes, ya se sabe, no deben estar solteros, y menos cuando son tan apuestos como el butanés, de quien se dice que provocó los desmayos de varias muchachas durante una visita oficial a Tailandia. Hace unos días, al final de su intervención en la apertura de la séptima sesión del parlamento, Jigme Khesar Nambyel pronunció las siguientes palabras, sin contener la sonrisa propia de la ocasión: «Como rey, me ha llegado el momento de casarme. Muchos tendrán su propia idea de cómo debe ser una reina: que debe tener una belleza sin igual, ser inteligente, elegante... He encontrado a una persona, se llama Jetsun Pema. No puedo saber lo que opinará la gente, pero... -y aquí hizo una pausa, como degustando el momento- para mí, ella es la adecuada. Es joven, cálida, de buen corazón y carácter. Estas cualidades, junto a la sabiduría que llegará con los años y la experiencia, harán de ella una gran servidora de la nación».
Los diputados no aplaudieron porque, en un país que da tanta importancia a la felicidad, está muy mal visto hacer ostentaciones públicas de alegría, y más en un entorno tan solemne como el parlamento. En la calle, las cosas han sido diferentes: los escaparates de los comercios se han llenado de fotos de la hermosa Jetsun Pema, los periódicos han agotado las ediciones que contenían la noticia del compromiso y algún político impaciente ya ha dicho en público que confía en que, para estas alturas del año que viene, haya un heredero. Y, por supuesto, todo el mundo quiere conocer más detalles sobre la prometida del rey, una joven de 20 años, plebeya pero de buena familia butanesa, que se formó en la India y actualmente estudia en el Regents College de Londres. Poco más se sabe de ella: que mide 1,77, que tiene dos hermanos y dos hermanas, que le gusta la pintura, que juega bastante bien al baloncesto y el tenis de mesa y que, según algunos profesores que le dieron clase en la adolescencia, «tiene mucho sentido del humor y es muy ingeniosa».
Jetsun Pema -en Bután, solo la familia real tiene apellidos, mientras que los demás ciudadanos usan un nombre compuesto- ya había acompañado discretamente al monarca en algunos viajes, pero la primera aparición oficial de la pareja se produjo apenas hace una semana. Como manda la ley, posaron ataviados con ropajes tradicionales: el rey llevaba gho, una especie de batín, y su novia lucía la kira, una falda larga y estrecha. Acudieron juntos al festival literario Ecos de la Montaña, ya que en el acto intervenía Ashi Dorji Wangmo Wangchuck, una de las cuatro reinas madre.
Golf y habanos
¿Cuatro? Pues sí. El padre del actual monarca, que también fue en su momento el rey más joven del mundo, resolvió de otra manera el problema de la soltería. Jigme Singye Wangchuck, compañero de estudios de Andrés de Inglaterra y gran amante del golf, los calcetines importados y los habanos, se casó en 1979 con cuatro hermanas: Dorji Wangmo, Tshering Pem, Tshering Yandon y Sangye Choden. El matrimonio, polígamo y sororal, se ofició en una enigmática ceremonia privada, pero se confirmó nueve años más tarde con un acto un poquito más abierto al público, en el que estuvieron presentes monjes budistas, miembros de la familia e incluso el cuerpo embalsamado de Shabdrung Ngawang Namgyal, el hombre que unificó el país en el siglo XVII, conservado como reliquia digna de veneración. La ocasión se consideró tan importante que, pese a que en los 80 Bután todavía no se había abierto al extranjero, se decidió enviar un ministro a Nueva Delhi como emisario de la buena nueva. Las cuatro reinas suman cinco hijos y cinco hijas y mantienen una peculiar organización que ayuda a mantener la familia bien avenida: cada mujer ocupa sus propias dependencias, mientras que el monarca continúa residiendo en su modesto palacio, un complejo de cabañas de madera.
La boda del actual rey no tendrá tanto misterio, pero tampoco será un evento aparatoso y carísimo al estilo del reciente enlace de los duques de Cambridge. El propio Jigme Khesar Namgyel se dio prisa en prevenir a los ministros contra ese tipo de fantasías, al pedirles en su discurso una celebración modesta y respetuosa con las tradiciones butanesas: «La felicidad de mi amado padre y las bendiciones de mi pueblo me darán el mayor gozo», argumentó. A su «boda sencilla», prevista para octubre, ni siquiera estarán invitadas las casas reales extranjeras. «Es por la falta de recursos, pero también para hacer las celebraciones más íntimas y personales», ha aclarado un portavoz del Ministerio de Información.
A partir de ahí, la pareja se sumará al esfuerzo colectivo por mantener el frágil equilibrio butanés: el reino de cuento cada vez resulta más difícil de reconocer, ya que los apacibles campesinos de vestimenta medieval se dedican a hablar por sus móviles -llegaron al país en 2003, con un ritual budista de bienvenida, y se han extendido ya al 58% de la población- mientras hacen cola en los novísimos cajeros automáticos. «Con que solo una pequeña fracción de los problemas que arrasan otros países apareciese en Bután, nuestra pequeña sociedad quedaría afectada para siempre y tal vez nunca recuperaríamos nuestra joya de nación», ha alertado el rey. Esperemos que, pese a esas turbulencias que se adivinan en el horizonte, siga siendo válida para la pareja la fórmula tradicional en estas historias de bodas, 'y fueron felices'. En su caso, además, bastará una encuesta anual para comprobarlo.
Igual que ocurre en Bután, los reyes del sureste asiático pueden parecernos muy exóticos, con sus nombres oficiales larguísimos y sus trajes ceremoniales recubiertos de oro, pero en muchos casos sus biografías están fuertemente vinculadas con Occidente, a través de una educación y unas aficiones que no tienen mucho que ver con las de la mayoría de sus súbditos. Alguno, de hecho, incluso ha nacido al otro lado del mundo, como el rey de Tailandia, Bhumibol Adulyadej, natural de Massachussets. El anciano monarca, de 83 años, ostenta dos bonitos récords: es el más veterano en eso de reinar -subió al trono en 1950, dos años antes que Isabel de Inglaterra- y también el más rico, con una fortuna que la revista 'Forbes' ha estimado en unos 21.000 millones de euros.
Bhumibol se formó en Suiza, toca el saxofón y siente auténtica pasión por el jazz. Durante décadas, solía reunirse con su banda para interpretar clásicos del género y composiciones propias, aunque su condición de rey también le dio acceso a compañeros más ilustres: en 1960, durante una visita oficial a Estados Unidos, tuvo ocasión de compartir hora y media de 'jam session' con otro rey, el del swing, Benny Goodman. Al día siguiente, repitieron la fiesta en la azotea del edificio donde vivía Benny, que regaló al monarca un saxo.
Si Bhumibol es el único rey nacido en Estados Unidos, su colega de Camboya debe de ser el único que habla checo. Sihamoni ha pasado muchos años fuera de su país: lo enviaron a Praga de niño, estudió cinematografía en Corea del Norte y vivió dos décadas en Francia, donde enseñaba ballet clásico. De 51 años, soltero y reconocible por su cabeza rapada, el monarca camboyano parece un espíritu libre que no teme romper las convenciones: estaba invitado a la boda de Guillermo de Inglaterra y Kate Middleton, pero excusó su asistencia con el argumento de que tenía otro compromiso «importante».
Sí viajó hasta Londres el sultán de Brunéi, quizá el monarca más conocido de esta región del planeta. Hassanal Bolkiah, que recibió formación militar en la academia británica de Sandhurst, es famoso por rodearse de un lujo exagerado, casi ridículo en su falta de límites. Con una fortuna de 14.000 millones de euros, vive en un palacio de 1.888 habitaciones y 290 baños, aunque lo más comentado siempre es su colección de automóviles, sobre la que circulan distintas versiones: la más extendida habla de 1.933 coches, entre los que se cuentan 531 Mercedes, 367 Ferraris y 130 Rolls-Royce.
El sultán se ha casado en tres ocasiones, aunque solo conserva a la esposa más veterana, madre del príncipe heredero. Después vendría una azafata de la compañía Royal Brunei Airlines, de la que se divorció en 2003, y más tarde aún una presentadora de televisión de Malasia, con quien tuvo un breve matrimonio de cinco años. Pero que nadie piense que estas relaciones fueron un error: eso resulta sencillamente imposible, ya que Hassanal Bolkiah, gobernante absolutista donde los haya, se ha declarado infalible por ley.