LO QUE NOS IMPORTA UN PEPINO
Actualizado: GuardarSeguro que muchos de ustedes no se acuerdan de los televicentes, por eso voy a devolvérselos a su disco de memoria. No, no crean que se trata de ningún homenaje -aunque no me importaría- al Banco de Recuerdos que la Fundación Reina Sofía ha puesto en marcha para concienciar a la sociedad sobre la importancia de la investigación en el alzhéimer, un mal que tarde o temprano será compañero de alguno de nuestros viajes. No. Los televicentes, insisto, fueron los herederos directos de la excesivamente ponderada familia Telerín que mandaba a la cama a los primeros niños españoles que tomaban de postre yogur -natural o de vainilla- mientras miraban el mundo en blanco y negro a través de la pantalla del televisor. Yo nunca vi a los telerines, no se crean, aunque podría cantar de memoria aquello de 'Vamos a la cama', de tantos homenajes como se les han hecho a Cleo y Compañía. Pero crecí con los televicentes, qué le vamos a hacer. Una pandilla bastante friki -si uno la descarga de su ética y su estética setentera- de niños en pijama, capitaneados por un medio truhán medio galán con blazier de rayas rojas y gualdas, bastón y sombrerito chevalier que decía aquello de «Vengo a dar a ustedes una noticia, ja, ja». Ya van recordando ¿no? «Io sonno el nuevo presentadore don Pepe», decía como un anticipo premonitorio del estilo Griñán, que luego marcaría tanta tendencia, a lo que le contestaba un loro con boina -única concesión carpetovetónica de los muñequitos- «Le llamaré Don Pepino por lo que reeeepe». Don Pepino nos mandaba a la cama hace cuarenta años, cuando todavía había muchos españoles en Alemania haciendo de comparsa en las últimas escenas de aquello que se llamó el milagro alemán y esta semana, los pepinos casi nos quitan el poco sueño que nos queda por culpa de la señorita Rotenmeyer Merkel que anda empeñada en que terminemos todos en 'Supervivientes'.
El pepino, ya lo saben, es esa hortaliza que es un fruto pero no es una fruta, que amarguea y que se ha convertido en la imagen de España de los últimos tiempos, en el símbolo de la afrenta alemana, en el Palomares de Fraga, en el pollo asado de Berlusconi mientras caía la tormenta de la gripe aviar, en el puchero de huesos de cerdo de la ministra Villalobos -tampoco se acordaban-, en las vacunas de la ministra Jiménez contra la temida gripe A. En la imagen de una España atrasada, acostumbrada a llevar sus propuestas de progreso en el cesto de Paco Martínez Soria, en la imagen torpe y bizarra -la Maritornes de Cervantes parecía, con todo mi respeto- de una consejera vestida de astronauta y comiéndose un pepino -literalmente- sin pelar, y presumiblemente sin lavar, con la misma parsimonia que días más tarde tendrían las cabras a las que alimentaban los cientos de toneladas de pepinos que se han quedado sin vender, por culpa de un juicio precipitado pero aparentemente lógico. En mi casa, el culpable es siempre el más pequeño, muchas veces incluso después de demostrarse lo contrario. Es lo que hay. Y es cíclico. Cada cierto tiempo nos asustan, dejamos de consumir esto o aquello, suben o bajan los precios -según haya excedentes o no- y luego a otra cosa, mariposa, como si todo importara un pepino. Porque no es posible tanta casualidad, la Consejería de Agricultura y Pesca de la Junta dice no tener ninguna duda de que sectores económicos de algunos países europeos -esos no conocen el refrán que dice «El pepino en el gazpacho y los negocios en los despachos»- puedan estar detrás de la acusación a los mercados españoles. Clara Aguilera -la del pepino y el traje de astronauta- lo ha dicho bien alto, setenta y cinco millones de euros son muchos euros para una economía tan apuntalada como la nuestra, que solo piensa ya en reparar grietas y hacer algún apaño para soportar un invierno más.
Mientras, los que alimentan la fantasía de que van a salvar a la patria sacando una varita mágica en las próximas generales, demostraron al mundo que se puede ser español y petimetre, compartiendo aperitivo de pepino -con lo que amarga eso- peladito y cortadito. Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, Javier Arenas y hasta la embarazada Soraya Sáenz de Santamaría -nadie le dijo que el pepino da ardores- me trajeron, no sé bien cómo, a la memoria a los Televicentes de los que les hablaba al principio «poned más baja la tele» decían aquellos niños repelentes y cursis que querían estar siempre alegres. De aquellos barros, estos lodos, no me cabe la menor duda.
Los de enfrente, en su línea, en el lodo directamente. Haciendo méritos para que la salida sea menos efectista. El candidato natural -no es mío, lástima- asegura que Zapatero le dice que «el PSOE siempre da espectáculo». Totalmente de acuerdo, Rubalcaba. Lo peor es que, en vez de callarse, continúa con «los militantes me quieren», o con su invocación a llamadme Alfredo, como ya hiciera Griñán, al que por cierto nadie llama Pepe, sino otras cosas que son un poco más incorrectas. En fin. Que te llamo trigo por no llamarte Rodrigo, que decía el maestro Chiquito de la Calzada, que si creían que algo de esto nos iba a afectar, hemos vuelto a demostrar qué cosas nos importan un pepino.
Ni de tierra, ni de mar, que ya saben cómo llamamos por aquí a los pepinos que da La Caleta ¿no? Holothuria. Pues eso.