La carnaza de la Historia
El problema no es Franco, sino la concepción propagandística de la Historia enraizada en el genoma nacional
Actualizado:Un filósofo de la Ilustración escribió aquello de «feliz el pueblo cuya Historia se lee con aburrimiento». Hay lugares como Suiza, donde la máxima sorpresa del día a día parece el reloj de cuco a las doce, o Noruega, donde la mayor incertidumbre sería saber si toca salmón marinado o salmón al horno o salmón a la parrilla. En cambio, España es el espejo de una Historia compulsiva, atravesada por ríos de sangre, un tobogán que asciende por la épica y se despeña por los fracasos con estrépito, donde se escribe torcido con renglones muy rectos. Y esa historia es una pasión de este país propenso a los aquelarres para convocar a sus demonios.
Ahora vuelve a verse con el escándalo del 'Diccionario Biográfico Español', aupado a las primeras páginas por el capítulo sonrojante de Franco retratado no como dictador sino un hombre autoritario lleno de fe y valor, bla, bla, bla. Baudrillard ya advertía de la tentación del 'blanqueo de la Historia' y ese capítulo frisa la caricatura. Pero en definitiva el problema no es Franco, sino una concepción propagandística de la Historia muy enraizada en el genoma nacional.
El pasado, contra la creencia común, sí se puede cambiar; basta, como alguna vez dijo Sartre, con rehacer los libros de Historia. En definitiva se le llama Historia a lo que se escribe que sucedió, no a lo que sucedió. Y el 'Diccionario Biográfico', concebido hace una década para convertirse en una réplica del monumental Oxford, acredita ese axioma tras invertir más de seis millones en el proyecto. Incluso Aznar, según transmite su director, es tratado con gratitud como impulsor; de modo que Zapatero, si aumenta la dotación, tal vez consiga que su capítulo hable de estos años como un periodo de esplendor. En definitiva, una vez asumida la Historia así, todo parece posible. Encargar el capítulo de Franco a un medievalista que preside la Hermandad del Valle de los Caídos representa simplemente la garantía de un capítulo ridículo, más propio de esos seudohistoriadores de 'best-sellers' que se venden en expositores de los aeropuertos para satisfacer a un público sin paladar, ávido de carnaza.
Este episodio chusco no trata del franquismo sino de la resistencia patológica en España a asumir su Historia con rigor. Izquierdistas o derechistas, nacionalistas vascos o catalanes, sindicalistas y feministas, se enredan en el bucle melancólico de sus mitos narrativos haciendo relecturas ventajistas de la memoria histórica. Contra esa manipulación, solo queda hacer buena Historia. Y esa es la moraleja amarga de este caso. La Real Academia de la Historia no se ha desacreditado por ser un nido residual de franquistas sentimentales más o menos pintorescos, sino por fallar como Academia de Historia.