UN BUEN RECUERDO
Actualizado: GuardarLa mayoría de los seres humanos tiene un alto concepto de sí mismo, incluso los pacientes de los psiquiatras que aspiran a ser otro. Se miran al espejo y no solo se siente encantado de haberse conocido, sino de seguir reconociéndose. A ese dilatado afán le solemos llamar posteridad. Se dice que las personas más inteligentes desean dejar un legado, lo que quizá demuestre que no lo son tanto. La posteridad debe darse en vida. Eso de dejar un recuerdo imperecedero, bueno o malo, sólo está al alcance de algunos: Atila, Alejando Magno, Napoleón, Hitler. A los demás se les conmemora poco, aunque hayan descubierto vacunas, o los rayos X o la penicilina. Se les incluye en el capítulo de «benefactores de la humanidad», más breve que el dedicado a quienes se han venido beneficiando de ella. ¿Por qué tenía tanto interés Carme Chacón por pasar a la historia? De momento, se nos ha aparecido en el parque de Málaga, blanca pero no radiante, festejando el Día de las Fuerzas Armadas, junto a los Reyes, los Príncipes de Asturias y otros contemporáneos. Estaba equivocadamente triste la señora ministra. La gloriosa victoria del Barça no ha sido suficiente para ahuyentar de su rostro su gesto compungido. Esta no es la Carme de España, ni la del Merimé. El llamado «dedazo» de Zapatero la ha dejado fuera de juego. Un juego que según otra influyente mujer, Rosa Díez, ha sido «una timba de pillos». La señora Chacón tuvo que escoger entre la espada y la pared y eligió la pared, quizá porque no considera iguales todos los muros de la patria suya.
Quizá pueda servirle de consuelo considerar que la ración de posteridad que deparan los cargos políticos se reserva solo a los presidentes del Gobierno y no a todos. Los demás sólo les interesan a los historiadores y pasan a ellos, pero no a la Historia. Sus nombres figuran en letra muy chica y a pie de página. Carme, hija, aunque hayas perdido la ocasión no pierdas la sonrisa. A mí me gustaba.