Sociedad

Los toros se cargan la tarde

CRÍTICA TAURINA Actualizado: Guardar
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Abrió un toraco cuajado, ensillado, de carnes colgantes, papudo, muy abierto de cuerna. Chorreado. Las manos por delante, frenazos cuando medio pasaba, de irse de engaños. Suelto de capotes y de caballo, genio de blandear. No estaba para banderillas de firma, porque no hubo manera de que se fijara, pero Padilla se animó e invitó a Ferrera a compartir tercio. La moral del Alcoyano. Un cuarteo fácil de Padilla, uno más arriesgado de Ferrera con recorte bueno en la salida y, al fin, un excelente tercer par del propio Padilla de dentro afuera. Iba a ser tarde de toros mansos -cuatro de seis- y de tercios de banderillas de alarde. Otros tantos. A toro negado y brusco, que no estuvo buscando más que hueco por donde escapar, Padilla contestó remangándose. El mono de trabajo. Hasta que se hartó. Tomó la espada y se le fue la mano muy a los bajos.

El segundo samuel fue el más armado de San Isidro. Aguadañado de cuerna, porque eran finas cepas y mazorcas, y su curva era como hoja de guadaña. Bizco, pero imponía igual por una mano que por otra. Toro nervioso y trotón, que zurció a cornadas el peto de picar y hasta al aire pegó gañafones. No se arredró Ferrera.

El de Padilla, sacando los brazos de abajo, fue de facultades y rigor notables. No cabía el toro en el engaño no paró de bramar y, cuando lo convencía Ferrera, los viajes eran o de puntear o de soltar trallazos. No es nueva la habilidad de Ferrera para resolver papeletas. Ésta misma, que no era sencilla. Una faena muy de sol de domingo de San Isidro: las tres cosas. De asustar a los que se asustan por sistema. Hasta que se afligió el toro. Imposible cruzar por la guadaña derecha con la espada. Dos pinchazos y una estocada en el chaleco, como dicen los castizos. Los dos primeros toros rodaron en vómitos terribles.

El tercero, colorado de palas marfileñas, cuerda inmensamente larga, fue tan aparatoso y ofensivo como el que más. Llevaba el hierro de la efe -de López Flores- pero no estaba en el tipo de los samueles ni en el de los viejos flores jijone-. Siempre levantado, no humilló ni una sola baza. Pero atendió a reclamo. Tampoco cabía en engaño. Estuvo encajado y seguro, valeroso y en torero César Jiménez, que llegó a traerse el toro despacio y a tocarlo con delicadeza, y a asustar no sólo a los asustadizos sino a muchos de los que se pretenden de vuelta. Una faena de tensión, porque las antenas del toro escalofriaban, y, además, bien construida. Un pinchazo, media tendida. Bonita la entereza de César.

El cuarto, negro y largo, sacó hechuras clásicas de lo viejo de Samuel. Fue de los cuatro samueles el único que apretó en el caballo y en varas -lo mismo en un puyazo corrido en la puerta que en dos de propina en su sitio, y picó muy bien Antonio Montoliú- y el único que en banderillas se movió con aire de bravo. Pero se dolió de los garapullos, arreó testarazos y adelantó por las dos manos. Se acabó apalancando. Abrevió Padilla. La estocada, al segundo viaje, fue de las del jerezano: notable.