El corazón de un idiota
CRÍTICO TEATRALActualizado:El afamado dramaturgo, guionista y productor galo Francis Veber, ha sabido generar un tipo de comedia, que pese a tener sus orígenes en vicios, comportamientos y actitudes privativos a la idiosincracia de sus compatriotas, nos es cercana gracias a una fórmula sencilla en la que intervienen personajes antagonistas pero sumamente entrañables que se ven inmersos en situaciones a veces disparatadas pero al filo de lo posible.
En 'La Cena de los Idiotas' un reputado editor es el artífice de una peculiar ceremonia en la que él y sus amigos acostumbran invitar a una persona que consideran idiota para deleite de los comensales. Es así como hace su aparición en escena el señor Piñón, que puntual a la cita y sin saber a ciencia cierta lo que hace allí, se aparece en casa del citado editor, que finalmente se ve obligado a suspender la cena por un ataque de lumbalgia. Pero lo que originalmente iba a ser un cachondeo a costa del inocente invitado, termina transformándose en un cúmulo de calamidades para el anfitrión. Y es que la ingenuidad del señor Piñón acarreará desgracia tras desgracia al enfermo: desde la alteración de su descanso y convalecencia en su propia casa, hasta su ruptura matrimonial.
Con buen ritmo, pese a las dos horas de duración del espectáculo, la versión de Josema Yuste y su equipo, se ajusta muy bien al tono de comedia que exige la propuesta del autor. La escenografía es eficiente y la música acompaña muy bien las situaciones y los cambios de escena, el resto de los elementos no desentonan ni llegan a estar por encima de lo importante en esta comedia: las interpretaciones.
La presencia y gestualidad de Josema Yuste es correcta; desarrolla muy bien además, el tempo de sus acciones. Por otro lado, la participación de Félix Álvarez hace recargar más aún el tono de comedia de la obra en su última parte. Pero sin duda, lo más destacado es la interpretación del famoso monologuista Agustín Jiménez que, irreconocible en el papel del señor Piñón, sabe llevar muy bien el ritmo del espectáculo sorprendiendo con templanza y soltura todas las situaciones. No podemos dejar de hacer mención a la complicidad latente de los espectadores de Las Cortes que, en comunión con la historia y sus interpretes, consagraron el momento de giro dramático en el que pudimos disfrutar con la apertura del corazón de un idiota.