Las barbas del vecino
PROFESOR Y ESCRITORActualizado:El título hace referencia al conocido refrán que aconseja ir poniendo en remojo las tuyas cuando veas pelar las del prójimo. En las últimas fechas estamos asistiendo al parto de un movimiento social que no por previsible deja de producir asombro. Miles de jóvenes se manifiestan en el corazón de nuestras ciudades en demanda de un futuro con mayores esperanzas laborales y vitales, y en pos de una verdadera democracia. Es decir, junto a la preocupación de índole personal, la nueva savia señala con su dedo a los gestores de nuestro actual sistema democrático.
Digo que este movimiento de protesta se podía haber estado esperando tras el tsunami político-social que agita en estos momentos a muchos países árabes, especialmente a los de la cornisa norteafricana, y que les ha levantado el culo de la silla presidencial a más de uno de esos jerarcas henchidos de millones y orgullo patriótico. Pero, claro, aquí, nuestros políticos se han creído a salvo sobre el farallón de esos escaños parlamentarios legamente conquistados en las urnas, arrullados además por la confianza de que el derecho al voto sería suficiente mordaza para quienes vislumbran ya un muy negro paisaje en el horizonte inmediato de sus vidas.
Escucho y veo por televisión a esos jóvenes que ocupan las calles y siento como justa esa rabia con la que reclaman su lugar en ese futuro que a ellos les pertenece. Bien es verdad que muchos de ellos, y de los que se vayan adhiriendo de ahora en adelante, por diferentes razones habrán dejado escapar la oportunidad que el sistema ha puesto a su alcance para que obtengan una formación que les permita zafarse de las feroces cadenas del desempleo y la miseria, pero no por ello su aliento reivindicativo deja de ser una bocanada higiénica, una ventana que se abre en el cargado ambiente de la política entendida como oficio.
Porque esta figura del político que utiliza la vía del sacrifico personal a la causa pública, o al menos intentan vendernos esa moto, como la única salida de emergencia profesional para su vida me parece una intolerable perversión del sistema. Digo yo que cuando el peso del poder verdaderamente supone el abandono de una meritoria y hasta lucrativa actividad profesional, no debe de haber deseo mayor para quien lo ejerce que la aparición en el almanaque del día de entrega del relevo. Bien contrario es el anhelo de aquellos que se aferran al clavo ardiendo del cargo municipal, autonómico o estatal para no precipitarse al abismo de las listas del paro, o regresar a un antiguo oficio de sueldo corto y, sobre todo, muy alejado de toda clase de prebenda y gratificante adulación.
Tras autoconvencerse de que no existe ningún otro que pueda ocupar su puesto con pareja eficacia a la suya, esta segunda estirpe de servidores públicos se adapta a esa forma de supervivencia y, además del pago de su deuda con el partido que la encumbra, fija su propio futuro como meta de su actuación política. Comienzan a reforzarse entre ellos los lazos de camaradería, o simplemente amiguismo, de tal forma que, apenas nos damos cuenta, ya han petrificado en esa altiva casta elevada al cielo de los despachos, los secretarios, los chóferes, los coches oficiales y las master cards, clase senatorial que sólo desciende al nivel de los simples mortales cuando se ven en el engorroso trance de mendigarles el voto por medio del eslogan falaz, a cambio de promesas que lucen en su etiqueta la impúdica leyenda del made in China.
Bienvenidas, pues, en principio las acampadas y las voces de protesta de los verdaderos dueños del futuro, cuando menos como medida de profilaxis política y hasta social. Frente al fracaso de los propios mecanismos del sistema democrático, sin recurrir nunca a la violencia, más vale la reacción espontánea de la masa de los desheredados que verse abocado a la locura mesiánica de un líder de corte berlusconiano que acabe manejando el invento a su antojo. La auténtica fuerza, la duración y los efectos del movimiento juvenil resultan difíciles de calibrar, pero sin caer en trances proféticos se puede uno imaginar el modo en que los que se deben sentir amenazados tratarán de conjurar el peligro.
Intentarán desactivar su energía por el camino trillado de ofrecer a sus más significados líderes un cargo de responsabilidad dentro de sus disciplinadas formaciones políticas, y a los más recalcitrantes o con mayor brillo intelectual, el partido que en ese momento gobierne, alguna que otra dirección general en el correspondiente ministerio u organismo autónomo. Es decir, procurarán encauzar la turbulenta riada por los cauces morosos del sistema, para que las actuales detenciones, manifestaciones y acampadas se recuerden con el tiempo como la curiosa oposición (en su sentido académico, no político) de una generación de jóvenes en su asalto al poder.
Esperemos que las nuevas generaciones no se dejen seducir por estos previsibles cantos de sirena y que con su fuerza no contaminada obliguen a poner los pies en el suelo a todos los que andan levitando o, en el mejor de los casos, despegarles a muchos de ellos el culo de sus sillones giratorios. Ave, Iuventus.