vuelta de hoja

Socorristas

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Ocurre siempre: después de unas elecciones, sean de la importancia que sean, se producen aglomeraciones. Mucha gente se apresura a cobrar sus méritos y otra a que le paguen su resistencia. Ya Napoleón hablaba de los que acuden en favor del vencedor, para echarle una mano al que no necesita auxilio. Junto a esa legión de acreedores tienen poco que hacer los 'indignados'.

Los números mandan y el triunfo del PP ha sorprendido en sus proporciones a la propia empresa. No debiera pedir un ajuste de cuentas, sino ajustar las suyas ante el futuro imperfecto que nos aguarda a todos. El mío es más corto, ya que tengo un gran porvenir a mis espaldas. En mi ancha vida, tan corta como la de cualquiera, me ha sido dado conocer todas las formas de gobierno ideadas por el ser humano: monarquías, luego sobredoradas repúblicas esperanzadoras, dictaduras interminables y otros entreactos. Por ese único privilegio cronológico creo encontrarme en buena disposición para recomendarle, quiero decir, para insinuarle a los eufóricos vencedores que moderen su legítimo júbilo. Hemos entrado en una España galdosiana de cesantes y de 'colocados'. Don Benito, que es el historiador menos aburrido, describe esa situación de la España intermitente. Debiera sosegarse los entusiastas. De dentro tienen que venir lo que harán buenos a los que se van, pero no hay que despreciar a nadie. El desdén por el adversario es la mejor manera de devaluar la victoria. Hablar a voz en grito de 'arrasar', de 'triturar', de 'barrer', incluso de 'aniquilar' es incompatible con cualquier idea de la elegancia, por muy poco que se lleve ese atuendo interior. Las derrotas son amargas, pero hay victorias que encierran un caramelo envenenado. Se dice que «voz del pueblo es voz de Dios».

Hace falta creer en las dos cosas: en Dios y en el pueblo, pero ningún demócrata debe quejarse, ni sacar los pies del plato. Entre otras cosas porque el plato está vacío y aquí tenemos derecho a comer todos. Por turno.