Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
Sociedad

Un pablorromero del todo singular

El toro más grande de la feria le pegó una cornada al mexicano Garibay

BARQUERITO
Actualizado:

El espectáculo lo dieron tres toros: uno de raro porte de Nazario Ibáñez que rompió plaza y tuvo dulce son; un sobrero de Los Chospes, cabezón, lomudo, que tomó de bravo una segunda vara pero no tuvo corazón para aguantar el toreo por abajo; y dentro del programa, un monumental y escalofriante pablorromero de 700 kilos. Casi cinqueño, de envergadura fuera de lo común: remangado, vuelto de cuerna y descaradísimo. De cuajo acorde con su peso y su tamaño descomunal, pero corto de manos. Hermoso monstruo, que fue protagonista mayor. Hacía tiempo que no se veía en Madrid un toro de tal volumen pero no inarmónico. El toro tenía su belleza singular. Quien lo viera en el ruedo no lo olvidará fácilmente.

Sus escupidas, oleadas y llegadas a relance en varas fueron tan singulares como su belleza. Cambiado el tercio, se fue por el caballo del piquero mexicano Salomón Azpeitia, le tronchó la vara en dos. También se astilló el toro el pitón izquierdo. Manso, se sentía a gusto con las tablas justo detrás, y ahí oteaba el horizonte, como toro alerta en el campo y no en la plaza. Esa fue la mayor rareza. No tuvo ni el genio ni la fiereza sorda de los otros tres pablorromeros, pero no fue de embestir. Siempre encampanadito, estaba ajeno a engaños.

Trató de engancharlo por el hocico con la muleta Ignacio Garibay y entonces protestó el toro pero avisado y no de sorpresa. El toro se lo había brindado Garibay a tres maestros sentados en barrera de sombra: Palomo Linares, Eloy Cavazos y César Rincón. Todo lo que hizo o intentó Garibay fue de buen torero: no sólo dos suaves lances a toro distraído al arrancar, y la entereza de arrostrar con aquello; también la firmeza en toques por delante y hasta apuntes de toreo en media altura y en línea. Pero hubo un error fatal: abrirse por la mano izquierda para cobrar un pase cambiado. Y entonces lo vio el toro descubierto y le pegó una voltereta bestial.

Una cornada relativamente afortunada, varios dientes rotos, una paliza. Una vez recompuesto, Garibay, que iba herido en el muslo, insistió en matar él al toro. Una estocada corta, ladeada y tendida. No se descubría el toro, que no había descolgado nunca, y sin embargo Garibay tuvo la fortuna de acertar al cuarto intento con el descabello. Se arrastró el toro con pitos fuertes y Garibay cruzaba por su pie hasta la enfermería. Una ovación de las que ponen los pelos de punta. Al toro dulce de Nazario Ibáñez le hizo Garibay con la mano derecha y por abajo cosas bonitas: sentido del temple para torear despacio incluso en los cambios de mano, sutileza. Más aprovechón con la zurda, para encajarse en las inercias del toro sin traérselo. Un cambiado antes de la igualada fue una joya.

Serafín Marín, espléndido en los ochos lances y la media con que paró el sobrero de Los Chospes, se embarcó en ingrata faena de larga distancia y de dejarse llegar al toro mucho y por abajo. Para tanto no dio el toro, que tuvo fijeza y humilló, pero no empujó lo bastante. De pronto se estaba rebotando el toro. O claudicando y empezando a reponer. La guinda fue una estocada de riesgo casi ciego porque Serafín se fue a tumbar el toro sin salirse de suerte y jugando como los clásicos la muleta. Lo prendió el toro por la chaquetilla, lo tuvo colgado un buen roto y lo soltó apaleado pero ileso. Un milagro. Sólo la estocada valió la vuelta al ruedo.

El genio áspero, tardo y probón de tercero y quinto no dieron opción a las intenciones clásicas del propio Serafín y de Sergio Aguilar, que se llevó el lote más infame de lo que va de feria. Ni un pase el tercero. Tampoco el sexto