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Opinion

Campanadas a medianoche

Habrá que afrontar un futuro complicado que no se arregla con malos eslóganes sino con esfuerzo, trabajo y sacrificio

JOSÉ IGNACIO WERT
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Hemos escuchado las campanadas a medianoche» dice Falstaff, y Shallow le replica «Jesús, las cosas que hemos visto» (Enrique IV, 2ª parte). Como en la obra de Shakespeare, hoy podremos escuchar quizá las campanadas a medianoche. Más difícil será entender a qué repican. Si los sondeos aciertan, el PSOE se podría encontrar con una situación, en efecto, nunca vista: desalojado de los feudos de poder más emblemáticos, alguno de los cuales (Barcelona, Castilla-La Mancha) han tenido siempre al frente un socialista, muy adelgazado en otros, e incapaz de arrebatar uno solo a su oponente principal. Ni siquiera en 1995 -el anterior tsunami municipal- quedó el PSOE tan a la intemperie en poder territorial como quedaría de cumplirse ahora las predicciones demoscópicas.

Siempre en ese supuesto, el del acierto estimativo de los sondeos, tendríamos que entender el repique de las campanas como la respuesta a la insatisfacción que provoca un Gobierno que no ha sabido encarar una crisis económica que dura ya más de tres años y cuya solución no se vislumbra. Sería un voto emitido en una clave política general, en la que los aciertos en la gestión local y territorial e incluso la popularidad acumulada parecerían contar menos que el balance global de una situación que se pone en el debe del Gobierno.

Y, en el otro lado, el PP se beneficia de una renta de situación muy ventajosa, gracias a la cual no parece desgastarse siquiera en aquellos entornos en que la situación económica y social es más precaria (Valencia, Murcia). Sus únicos puntos débiles provienen o de escisiones (Asturias) o de la ruptura de acuerdos políticos anteriores (Navarra). Así parecen estar las cosas. De todas formas, ese consenso en el vaticinio se enfrenta esta noche, en eso que llaman los políticos «la única encuesta que vale» (sobre todo, porque no es una encuesta), al recuento de las papeletas, a la comprobación no solo del acierto de aquellas, sino de los efectos del inesperado clima de agitación callejera que, desde hace siete días, se ha adueñado de la agenda, desplazando por completo a la propia campaña electoral.

Mi hipótesis, de la que esta noche puedo arrepentirme amargamente, es que esos efectos tenderán a ser imperceptibles en las urnas, lo que no quiere decir que el fenómeno sea irrelevante. No es irrelevante porque esta movida pone de manifiesto varias cosas preocupantes. No es la menor, a mi juicio, esa complacencia vergonzosa con la que buena parte de la clase política que se somete al veredicto de las urnas ha dado por bueno, cuando menos por entendible, el juicio sumarísimo al que los indignados la han sometido. Y cuando a medianoche suenen las campanadas llegará la hora de enfrentarse a un futuro complicado que no se arregla con malos eslóganes (lo queremos todo y lo queremos ya) sino con esfuerzo, trabajo y sacrificio.