Del Real a la cruda realidad
El levante estropeó una jornada ideal para pasear y comer sin agobios en el González Hontoria Pocos feriantes disfrutaron ayer de un domingo tranquilo, preludio de la vuelta a la rutina
JEREZ.Actualizado:La avenida del Ejército parece un desierto. Son las tres de la tarde y la mediana está impoluta; ni un solo coche aparcado, ni un autobús ni un enganche que se pasee por allí colapsando el tráfico. No hay riadas de gente; parece un día ideal para disfrutar de la Feria si lo que buscas es tranquilidad. Sin agobios, con niños e incluso sin apenas colas en los puestos de comida del exterior. Hasta los 'gorrillas' se han tomado el día de descanso y han pensado que estarán mejor resguardados del sol que desafiándolo por unos pocos euros. Solo hay un pero: el levante pegajoso da una sensación de calor y deja una polvareda a su paso casi insoportable.
Una vez dentro del Real, comprobamos lo uno y lo otro: uno transita a sus anchas pero el viento y el trote de los escasos caballos que quedan convierte el ambiente en irrespirable. Afortunadamente para los que prefieren ir sin prisas, esto se compensa con una amplia variedad de oferta casetera, puesto que en todas y cada una de ellas hay sitios disponibles; algunas terrazas están literalmente vacías, mientras que otras dejan entrever al menos un 50% libre.
En su interior, parece que el calor se sobrelleva mejor si no hay overbooking y hasta el servicio es más rápido, si no más completo. Por contra, el colorido del González Hontoria ya no es el mismo; los trajes de flamenca se cuentan con cuentagotas y la representación equina es meramente testimonial. La resaca del sábado o incluso de toda la semana acumulada, ha hecho que la gran mayoría de los jerezanos se quede en casa.
Éste es el día, por tanto, no solo de las familias sino también de vecinos de otras localidades cercanas, que han aprovechado un descansito para visitar nuestra Feria. Para los padres casi todo son ventajas; la zona de los cacharritos no presenta el lleno de otras veces y los pequeños pueden disfrutar a gusto de las atracciones que quieran, sin que los progenitores afronten grandes esperas. Eso sí, todo supeditado al bolsillo, que está tiritando después de siete días de desenfreno.
El domingo también es jornada de reflexión, como quien dice; la gente hace balance de la semana grande y, en general, el contento es palpable. Lo que más destacan es que no se ha registrado el lleno imposible de otras ediciones; la crisis ha dejado a muchos en casa para beneficio de los que sí han pisado el Real. Sin embargo, en cuanto a lo que la Feria ofrece la recesión no ha hecho mella, ya que los visitantes han disfrutado exactamente en la misma medida de su gran fiesta que ha lucido como todos los años.
El alumbrado, que al principio despertó ciertas suspicacias entre los más desconfiados, finalmente ha convencido a un Jerez entregado, contra viento y marea y pase lo que pase, a su acontecimiento más importante. Ni siquiera la campaña electoral ha enturbiado el ambiente. Los políticos, por una vez, se han mostrado relativamente discretos y el acoso y temido derribo sobre el elector se ha quedado en eso, solo en un susto.
«Niña, el año que viene más y mejor», adelantan los más optimistas, confiando en que la crisis y el desastre municipal hayan llegado a su fin por entonces. Visionarios para unos, y utópicos para otros, al menos su ilusión les mantiene expectantes y con alegría a la espera ya de la nueva cita con el albero. Porque otra cosa no, pero albero tiene que haber en la Feria, «y no como este año», aseveran.
Habrá, seguro, quien opine lo contrario y lo haya agradecido por la alergia o simplemente por los zapatos. Con alumbrado nuevo o tradicional, con la flor en lo alto o caída a un lado, con ciertos detalles aquí o allá, la cuestión es que la Feria no decepciona y supone un oasis en medio del caos diario al que nunca se renunciará, mientras el cuerpo aguante.