Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
Tribuna

Elecciones y políticos

JESÚS MAESO DE LA TORRE
HISTORIADOR Y ESCRITORActualizado:

Sostenía Otto Bismarck que los amantes de la verdad no deberían ocuparse de la política, la cual a su vez no se ocupa ni de la verdad, ni de la honorabilidad. No ponía el canciller alemán en buen lugar a los políticos.

La verdad es que también la ciudadanía de este país sigue sin tener suficientes garantías legales sobre la honestidad de ciertos nombres que figuran en las listas electores. La mayoría no nos apasionan y a muchos de ellos los miramos con recelo, bien porque están salpicados en casos de corrupción, bien porque no presentan un mínimo de preparación, o simplemente porque adivinamos que están carentes de las aptitudes más elementales para ejercer un cargo público.

Da la sensación de que para ser elegido en una candidatura vale cualquiera. Pero no debería ser así, ni los votantes aceptarlo. No nos sirve únicamente su fervor partidista, o esgrimir el carné de un partido político. Hay que estar instruido, ser regida su conducta por principios democráticos y poseer una personalidad política de cierta relevancia. Y no hablemos ya de estadistas. Sencillamente nuestro país carece de ellos desde hace tiempo. Tras el estallido de la crisis que infelizmente ha precedido a las elecciones, el coste social ha resultado demoledor para la nación, y por eso precisamos de dirigentes con visión, no de funcionarios obedientes de partido. De repente, a los españoles nos han devuelto a la segunda división, donde solíamos estar, y precisamos de gobernantes que nos devuelvan la ilusión y la seguridad. El ciudadano de a pie pensaba, que tanto políticos como banqueros, entonarían el mea culpa y que diseñarían políticas de protección de quien había pagado y sufrido el conflicto: el pueblo llano. Pero no, los rectores del gobierno han señalado con el dedo inculpador al sacrificado ciudadano bajando los salarios, subiendo las hipotecas y privatizando servicios elementales, porque los grandes multinacionales y entidades bancarias han de seguir obteniendo multimillonarios beneficios.

Hemos carecido de políticos de altura en esta grave coyuntura, y para nuestra sorpresa muchos de ellos vuelven a figurar en las listas electorales, con el único mérito que los encumbró, la ineptitud política y la inclinación a la corrupción y al compadreo más escandaloso. La mayoría han separado la política de la moral, y han acabado sin entender ni la una, ni la otra. Los ciudadanos estamos hartos de votar listas cargadas de frustrados en sus negocios particulares que buscan en la política prosperar apresuradamente, de hombres y mujeres de pensamiento mezquino, de mediocres de dudosa decencia y sobre todo de candidatos de portentosa estupidez.

Y cuando se les pregunta sobre una actuación política errada, nos miran por encima del hombro y nos aseguran que han obrado así por razón de Estado, cuando en verdad lo que ocultan es la vulgaridad de su propia razón.

En las campañas electorales se oirán en boca de líderes de una y otra facción, palabras tan señeras como 'libertad, pueblo, patriotismo, segura recuperación económica, nosotros sí, ellos no', que una vez en la poltrona de la lealtad a la jerarquía de su partido -no a la ciudadanía-, se las llevará el viento de la prepotencia y el olvido. Es evidente que no han aprendido nada, aunque tampoco han olvidado nada.

De ser elegidos de nuevo, su único empeño debería ser la voluntad de convivir juntos con respeto y de anteponer el bien general del Estado a las consignas ideológicas de los partidos que los han elegido a dedo. Pero lo relegan al desdén nada más hacerse públicos los resultados electorales. Al ruedo, a la sangre, al descrédito, a hoyar con la bota al adversario político y que no escale las gradas del poder de la res publica. Pero aún estamos a tiempo de arreglar algo de este hervidero generalizado de avidez, arribismo y vulgaridad. Por eso condenemos al destierro político a los candidatos imputados por la justicia. Exijamos todos los avales legales a nuestros representantes públicos. Se trata de elegir la dignidad, la eficacia y la honradez. Nada más, y nada menos.

Hasta ahora se ha notado en el ambiente una indolencia a votar, un desencanto que oculta las urnas con un vaho frío. Parece como si el elector estuviera desencantado de la política y de sus dirigentes. Detentamos un país con más paro que nunca y una Comunidad empobrecida, y por lo tanto el voto debería ser máximo y premeditado. Los dos partidos mayoritarios se juegan mucho en las elecciones de mayo, preludio de las generales del próximo año, y por eso exhibirán en escena su vocabulario más cáustico, la propaganda más sectaria y las descalificaciones del adversario más ásperas, y lo harán sin límites ni tapujos.

A los candidatos les corresponde la tarea de elevar el entusiasmo de los electores para no huir de las urnas. Ya algunas vacas sagradas se han encargado de hacerlo. Verbigracia el ex presidente Aznar, cuyas declaraciones suelen ser directamente proporcionales al arrebato que produce en los votantes de izquierdas, a los que con sus oráculos catastrofistas espolea para salir de sus bohemias.

Las inminentes elecciones marcarán el debate nacional, autonómico y municipal y la campaña reforzará más si cabe la tensión a la que hemos asistido en los diferentes parlamentos durante el último año, con descalificaciones que harían enrojecerse al mismísimo ángel del mal.

Estoy seguro que las estrategias de todos los partidos se dirigirán a despertar al votante indeciso. Pero no nos dejemos engañar por los cantos de sirenas. De una vez por todos debemos convencernos de que hemos de gobernarnos a nosotros mismos a través de unos candidatos honorables que nos muestren sus verdaderas intenciones desde los atriles electorales, no después. Parecer profundo cuando no se posee otra cosa que banalidad, fingir que se sabe lo que se ignora, no oír lo que se escucha a la ciudadanía, o representar fingidamente que se es un personaje de talla, es lo que hemos venido sufriendo en buena parte de la clase política en los últimos años.

Y tal vez, como sostenía Platón: 'cuando los políticos sean filósofos, hombres íntegros, respetables y sabios, la democracia irá para mejor'. Antes no.