El jerezano Fermín Bohórquez protagonizó la polémica. :: J. FERGO
toros en la feria de jerea

El presidente defendió la Fiesta

Diego Ventura logra salir por la Puerta Grande tras cortar tres orejas y completar una notable actuación Se mantuvo firme ante la actitud de Bohórquez para que indultasen un toro

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Saben los buenos aficionados que una corrida de toros es como una caja de sorpresas en la que puede ocurrir cualquier cosa. Pero el episodio vivido en la tarde de ayer supera con creces el extenso capítulo de lo previsible. Que un caballero rejoneador incite al respetable para que solicite el indulto de un animal que no había mostrado cualidades algunas para hacerse acreedor para tan superlativo premio, rebasa los parámetros de cualquier lógica taurina y de los elementales principios de la cordura. Claro que si el caballero rejoneador se llama Fermín Bohórquez y el toro en cuestión pertenece a la ganadería de Fermín Bohórquez, como es el caso, puede que empecemos a comprender el porqué de tan insólito acontecimiento.

Los astados de Fermín Bohórquez, otrora predilectos por lo más granado de la torería de a pie, hace años que se convirtieron en los preferidos para las corridas de rejones. Pues de ellos se valoraba, para tal cometido, lo templado y lo uniformidad de sus embestidas. Hoy día, estos toros siguen destacando por su templanza pero sus embestidas ya se han convertido en uniformemente proporcionales a lo exiguo de su casta. Hace tiempo que, en estas corridas de rejoneo, únicamente el elmento equino es el que ofrece dinamismo mientras que al bóvido se le reserva el mero papel de erigirse en una diana inmóvil, a la que se asaetea desde las cabalgaduras. Por eso extraña tanto lo sucedido ayer, salvo que constituyera una pantomima preparada con antelación, no exenta de alevosía. Ese cuarto toro de la tarde había vuelto sus grupas al caballo nada más saltar al ruedo, lo que evidenciaba, ya desde el inicio, lo escaso del capítulo de su raza. Prendió Fermín Bohórquez un rejón en los bajos para conseguir después un logrado tercio de banderillas en el que concedió distancias en los cites y prendió con suma ortodoxia al estribo cuando el burel entraba en jurisdicción. Prosiguió clavando banderillas hasta que tomó el rejón de muerte, pero no con la intención de prenderlo sino con el sorprendente propósito de asirlo con la mano izquierda y promover en los tendidos la inquietud del indulto. Después tomó una muleta prestada a Diego Ventura con la que la emprendió a esbozos de muletazos desde el caballo, lo que no hizo sino acrecentar el estado de excitación de la plaza, que de forma estruendosa pero sin unanimidad, pedía elsorprendente indulto. Ante tanto desaguisado, digno es resaltar la firme actitud mostrada por el presidente Rafael Carrero, que se mantuvo ajeno a tan ignominioso juego y se limitó a cumpir el reglamento: hizo sonar los tres avisos. Para desazón del caballero rejoneador y de toda su cohorte de estruendosos seguidores. Con lo que el toro salió vivo de plaza, pero no para volver alas dehesas sino para ser apuntillado en los corrales.

El primero de la tarde, falto de fuerzas y de casta como sus hermanos, posibilitó que Bohórquez demostara sus dotes de gran rejoneador al sacarlo con torería de las querencias en pinturero ejercicio de dominio ecuestre. Clavó con solvencia los rehiletes pero no llegó a prender el rejón de muerte. Pero como el toro cayó y el subalterno lo apuntilló de inmediato, su labor fue recompensada con una oreja. El auténtico triunfador del festejo fue un arrollador Diego Ventura, quien a su acostumbrada espectacularidad aúna ya en su toreo una perfección sobrecogedora en la ejecución de las suertes. Las grupas de sus caballos parecen transformarse en aladas muletas con las que somete, templa y dirige las embestidas de la res.

Dentro de una notable actuación, brillaron de manera especial las banderillas colocadas al quiebro, en las que ofrecía con suma pureza los pechos de sus equinos para prender después en todo lo alto. Poca suerte tuvo Hermoso de Mendoza con el lote huidizo y descastado que le tocó lidiar. Su labor consistió en un intento continuado de sacar a sus enemigos de las querencias y hasta se gustó en un espectacular tercio de banderillas planteado en las angosturas de los terrenos de dentro en los que ganaba la cara del astado con milimétrica precisión.