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Tejela remata una serie frente a su astifino primer enemigo. :: EFE
TOROS

PASIÓN DE MATÍAS TEJELA EN MADRID

BARQUERITO
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LtEntre los seis toros de Valdefresno que abrieron San Isidro no llegó a haber uno completo. Si se hubieran reunido en uno mismo la codicia del primero y la nobleza y el son del quinto, y si el sexto no hubiera salido molido de una de esas estériles peleas de desgaste con un caballo de pica mal aparcado, y si el quinto hubiera durado algo más o tenido más fuerza o lo hubiera administrado mejor Matías Tejela, y si el tercero se hubiera sujetado en los medios

Pero no pasó nada de eso. La corrida tuvo la seriedad y el trapío habituales en la ganadería. El mayor de todos, segundo de la tarde, fue uno de los dos de peor nota. Pavo ensillado sin fuerza ni fijeza que sólo arreó cuando vio hueco por donde escapar. Y, sin embargo, a última hora y, en la que era su querencia pero no se supo hasta entonces, tomó por abajo el engaño y repitió. A favor de querencia, naturalmente. El cuarto, vuelto de cuerna, con el mismo nombre del segundo y se supone que de la misma reata, fue de nota parecida.

Los dos Dudosillos entraron en los lotes de Juan Bautista y Tejela. Pero hubo compensación, porque primero y, sobre todo, quinto fueron los de mejor condición. Sólo que el primero fue el caso insoluble de la codicia sin fuerzas que se traduce en un incómodo gateo: el toro adelantaba sin pararse. Costó encontrar la fórmula. Juan Bautista quiso poderle al toro en la distancia, pero, cuando le bajaba la mano, tendía a perderlas el toro. Sopló el viento justo para descubrir al torero, que le perdió pasos al toro por la mano izquierda, nada clara, y se entonó de verdad en una última tanda con la diestra. En las rayas, que era donde mejor se estaba. Pero entonces reculó el toro. Un pinchazo y una estocada ladeada y trasera.

Muy astifino, veleto pero no cornalón, el quinto, bajo de agujas y corto de manos, fue todavía más codicioso que el primero, se reunió mejor en galopes y metió los riñones. Molido en el caballo, cabeceó en la segunda vara, pero era de embestir mucho y, con prontitud de bravo, no se hizo esperar. Tampoco Tejela, que a estas alturas de feria parecía estar quemando un último cartucho. Puesto desde el primer muletazo, un punto acelerado en el arranque, más sosegado enseguida, firme, templado y embraguetado en una tanda con la zurda, aparatoso en un cambiado por la espalda de infinito ajuste, decidido por tanto, dispuesto a casi todo. Esbozos del toreo de escuela en los remates: una trincherilla, dos cambiados por alto sacados desde el morro. Y el toro que decide abandonar la lucha de repente. Y entonces, muletazos de más y por fuera, que le quitan peso a lo que sea. Una estocada desprendida. Casi una oreja.

Así que no fue cuestión de actitud, sino de ordenarse. Y de esa misma manera Daniel Luque, en tarde de supino descaro y confianza en sí mismo. Ritmo del grande en el saludo de capa al sexto: seis lances templados a la verónica hasta la boca de riego, media y un recorte. Aún más ritmo y corazón para estirarse también con el tercero, que fue la decepción de la tarde, porque, después de apuntar estilo, estuvo a punto de arrollar en viaje a querencia y se rajó tanto que ni el tercer viaje llegó a tomar engaño. Una fuga y otra. Entereza y paciencia de Daniel. Una estocada caída. El sexto se desmoralizó en el caballo. A Daniel le había convenido el toro, que empezó a tardear primero, se aplomó luego y se rajó al final. Como casi todo el mundo.