LA HOJA ROJA

¡NI QUE FUERA YO BIN LADEN!

No es correcto decir que con la muerte del líder de Al-Qaida desarmado y desnortado «se ha hecho justicia»

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Desde que el mundo es mundo, el hombre ha necesitado de gestos, de símbolos, de imágenes concretas que, como un notario, levantaran acta de todo lo que iba sucediendo a su alrededor. Aquello de porque has visto has creído, ya saben. La caída del Imperio Romano no fue tal hasta que Peter Ustinov en Quo Vadis no le metió el cerillo al decorado de la ciudad eterna mientras tocaba la cítara, Granada fue tomada por los Reyes Católicos en el momento en que a la madre de Boabdil le dio por decir aquello tan políticamente incorrecto -visto desde este lado, claro está- de las lágrimas y las defensas y las mujeres, los hombres y viceversa; la aventura espacial no habría sido más que un episodio de comedia televisiva si Neil Amstrong no hubiera pronunciado en directo las palabras mágicas del gran paso para la humanidad mientras ondeaba sin gravedad la bandera de USA; la guerra fría acabó justo aquella noche del 9 de noviembre de 1989 en la que miles de jóvenes alemanes se subieron al Muro de Berlín dispuestos a saltarlo como si fuera el Rocío; Irak cayó a la vez que la enorme estatua de Sadam Hussein. y sigan ustedes, que seguro que tienen más ejemplos. Recuerden aquella navidad de 1989 en la que nos desayunamos con los cadáveres exquisitos de Ceauçescu y señora, los malos malísimos, fusilados tras un juicio irregular -hartos que estaban los rumanos- en el que faltaron todo tipo de garantías jurídicas y legales. El muerto, al parecer, cayó gritando «La historia me vengará» al mejor estilo Escarlata 0'Hara pero sin rábano en las manos. Y la historia, que también se escribe a veces con los renglones torcidos, está a un paso de vengarlo, tanto que desde el pasado año el dictador rumano tiene hasta una enorme estatua en su pueblo, qué se le va a hacer. Otro gesto, otra imagen, al fin y al cabo.

Por eso, por esa necesidad del imaginario colectivo de asociar la imagen y el sonido con la realidad, es por lo que tanta polvareda está levantando la muerte de Bin Laden. Sin imágenes, hay sospechas de que no esté muerto, -sobre todo por la rapidez con la que se deshicieron del cuerpo y su vertiginoso viaje al fondo del mar-, sino que se teme que se haya incorporado a ese selecto de no-muertos vivientes que encabeza Hitler y que en compañía de Elvis, Napoleón, la hija de Albano, Diana de Gales y recientemente Michael Jackson, deben andar por alguna isla del Pacífico -Napoleón y Hitler como dos mojamas. Sin imágenes hay como un vacío en la trama argumental de esta guerra. Ha muerto Bin Laden, sí. Pero ni la forma ni el fondo de la noticia satisfacen a nadie. Dice Obama, que últimamente no está muy fino que digamos, que no mostrará las imágenes del cadáver del líder de Al-Qaeda por el mismo motivo por el que Bush decidió censurar las fotografías de los atentados del 11-S, para no herir sensibilidades, ni provocar al personal. «Nosotros no somos así» dijo el presidente de EEUU, el cuerpo del terrorista «no es un trofeo». Claro que no. Por eso tampoco se deben hacer las cosas como se han hecho, porque así lo único que se consigue es confundir la venganza con la justicia, como en las películas de indios y vaqueros. A lo mejor a Obama no le explicaron aquello de la «decisión acertada» frente a la «decisión correcta» que tanto predican ahora los terapeutas escolares. Es acertado luchar contra el terrorismo islámico, es acertado perseguir al cabecilla de la banda, es acertado, incluso, abatirlo a tiros en un forcejeo; puede ser acertado, en cualquier caso, saltarse lo de la legalidad y reconocer que los métodos empleados -las torturas- no han sido del todo afortunados, pero no es correcto levantarse una mañana y decir que con la muerte de un Bin Laden desarmado y un poco desnortado «se ha hecho justicia», mucho menos cuando uno escribe en su curriculum que es el Nobel de la Paz.

Como no es correcto que el «nuncadejarádesorprenderme» José María Aznar enviara un telegrama al presidente de Estados Unidos felicitándolo por la operación Gerónimo e insistiendo en lo de la justicia. Como no es correcto que nuestro presidente se despache con un «él se lo ha buscado» como si esto fuera el patio del colegio y Zapatero el chulito de la clase. Luego se nos llena la boca con lo de la corrección política y buscamos en el diccionario mil y una formas de disfrazar la realidad para que no escueza, como llamar «técnicas de interrogación coercitivas» a pasarse horas y horas arrojando agua a la cara a un prisionero inmovilizado haciéndole creer que se ahoga. En fin. Es el tiempo que nos ha tocado vivir. Se acabó lo de al pan, pan y al vino, vino, que cuanto menos sepamos, mejor. Y que lo que sepamos no haya pasado más filtros que los de Belén Esteban -que degradó al temible Bin Laden a la categoría de friki de chistes televisivos- o los de Lydia Lozano, a la que le han salido más de cien perfiles en Facebook del tipo «señoras que no se creen la muerte de Bin Laden hasta que no la confirme Lydia Lozano».

Frente al «inteligencia dame el nombre exacto de las cosas» que pedía Juan Ramón, buscamos desesperadamente el término que más se aleje de la realidad para ver si no contagia. Eufemismos los llamábamos antes, ahora, es sólo corrección. Aunque ya saben, a veces lo más correcto no es lo más acertado. O al revés.