EL CANDELABRO

EN UN BOSQUE DE PAMELAS

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La pregunta ayer en Westminster era si los árboles dejarían ver el bosque; ese bosque de pamelas, tocados y sombreros de mil colores que como flores o frutas exóticas parecían recién caídas de las ramas de la frondosa vegetación que, por decisión de la novia, decoraba la abadía. La puesta en escena era impresionante, pero se daba de tortas con las prosaicas sillas (más propias de una convención farmacéutica que de una boda) repartidas por toda la nave para dar asiento a los casi dos mil invitados. Entre ellos, algunas de las jóvenes princesas europeas más aclamadas y reclamadas por la prensa del corazón, con doña Letizia y Máxima Zorreguieta a la cabeza, ambas vestidas no por casualidad en tonos 'nude' o maquillaje, que actualmente son tendencia.

Además de la Casa Real española, representada por la reina Sofía y los Príncipes de Asturias, la boda de Guillermo y Catalina contó con miembros de la realeza y aristocracia noruega, sueca, danesa, holandesa, belga, monegasca, luxemburguesa... Hubo dignatarios de Medio Oriente, y reyes llegados de Malasia, Tailandia y Tonga. Así hasta 46 miembros de la realeza, muchos de ellos unidos a los Windsor por lazos de parentesco, que no quisieron perderse el acontecimiento pese a no tratarse de una boda de estado, al no ser Guillermo aún heredero.

La estricta organización británica hizo que doña Sofía durmiera en el hotel Claridges de Londres y los Príncipes lo hicieran en el Hilton. A las 10,20 de la mañana, la Reina salió rumbo a Westminster vestida para la ocasión con un traje de chaqueta en seda salvaje azul real, un sobrio y escueto tocado en el pelo del mismo color, zapatos plateados y pashmina malva. Si bien, la puntualidad británica dominó el acontecimiento, la coincidencia entre el 'desembarco' de los 'royals' (desplazados en autocar hasta la abadía) con la salida de la comitiva de la familia de la novia hizo que la BBC, responsable de la emisión de la señal televisiva, nos privara de poder contemplar en la pequeña pantalla la alfombra roja de casas reales invitadas a esa boda en la que hubo más canciones que en un musical de Broadway.

Sí se pudo contemplar al menos brevemente el atuendo elegido por la Princesa de Asturias, que de inmediato se convirtió en la comidilla de numerosos corrillos televisivos. Era la primera vez que doña Letizia lucía públicamente un sombrero y algo tan banal como eso había creado una expectación mediática tremenda. Fiel a su estilo y a su otro Felipe (el diseñador Felipe Varela), la princesa apareció con un vestido corto confeccionado por él en muselina plisada color rosa terracota (el rosa palo de toda la vida, o tono maquillaje o 'nude', según las tendencias actuales) enriquecido con bordados imperio con hilo del mismo color. Y un sombrero de claro aire retro en el mismo tono. Fue eso, el sombrero, lo que más dio que hablar. Guapa y favorecida para algunos, poco acertada para otros, muy 'british', según los prudentes, «ni elegante, ni princesa», a juicio de los más 'destroyers' y demasiado tímida por no haberse atrevido con una pamela más rimbombante, según algún sombrerero, lo cierto es que el 'look' de doña Letizia remitía directamente a la época de la oscarizada película 'El discurso del rey'. En este caso se trataba de analizar el discurso (estético) de la princesa, que para algunos expertos y rigurosos estetas no acaba de ser del todo elocuente y fluido.

El tableado de Camilla

Muy alabada por su lograda evocación de Grace Kelly fue Charlene Wittstock, la prometida de Alberto de Mónaco, que lucía un abrigo de alpaca en color humo con pamela a juego. Una alegría para la vista constituyó el tocado floral de color rojo pasión en combinación con un traje de lunares exhibido con castiza naturalidad por Miriam González, la españolísima esposa del político Nick Clegg. Se cuestionó el tableado del abrigo de Camilla (¿homenaje a su querida Escocia?) Y se aclamó por atrevido y epatante el conjunto amarillo canario de la reina Isabel de Inglaterra, cuyo tocado estaba a mitad de camino entre una chistera y un sombrero cordobés.

Pero la unanimidad rotunda entre los tertulianos sólo la alcanzaron (y para mal) los atuendos e indescriptibles tocados capilares escogidos para la ocasión por las princesas Beatriz y Eugenia, hijas de la muy ausente Sarah Ferguson. De entrada, parecía que una de ellas se había colocado todos los aros olímpicos en la cabeza, luego se vio que era una especie de extravagante lazada, lo cual tampoco mejoró el efecto. A estas horas todavía algunos se preguntan si, en solidaridad con su madre y como venganza por su hiriente exclusión en la boda, las dos hermanas dejaron directamente que las vistiera el enemigo y se plantaron en el enlace en plan «que si quieres arroz, Catalina».