2012: To be, or not to be, that is the question
PROFESOR DE LA UCAActualizado:To be, or not to be, that is the question'. Con esta popular interrogación del Hamlet de Shakespeare, a pocos meses ya de la celebración del Bicentenario Constitucional, podía establecerse un punto de inflexión entre antes y después, entre lo que nos gustaría hacer y la realidad, entre la virtualidad de la palabra que no compromete a nada y la evidencia de un presente sin tiempo que impone ahora un ritmo marcado por la inflexibilidad de los hechos concretos, a la vista de todos los ciudadanos. El 19 de marzo de 2012 está ahí, y no estaría de más conocer cuáles son las expectativas realistas ante esa mítica fecha, desde una reflexión que ahora más que nunca debe ser muy responsable, muy prudente, pero sobretodo, muy realista. Las últimas declaraciones de los nuevos responsables del Consorcio parecen que están en esa línea, afortunadamente para todos.
Pero también hay otras cuestiones importantes más allá de los fuegos de artificio, más o menos celebrativos. Se trata de intentar conocer que hay detrás de todo ello. O lo que es lo mismo, qué queremos proyectar en 2012 sobre 1812. Porque no es lo mismo ponernos una estéril venda en los ojos y que cada cual -y mucho más las instituciones públicas- haga y diga lo que quiera, sin detenernos en ver que somos lo que queremos proyectar de nuestro pasado, pensando también en el color del foco con el que se desea iluminar dicha conmemoración. Hay, por tanto, una actitud celebrativa de fiesta, que debe ser fiesta de la libertad en un claro compromiso con la España de ahora, pero también como punto de referencia de la lucha por la libertad en relación a tantos países y entornos que carecen de ella. Este fuerte compromiso político parece haber calado bastante como línea de actuación de las diferentes administraciones y colectivos implicados. Muchas de las iniciativas están dirigidas con bastante acierto en ese sentido.
Pero también hay que tener cuidado respecto a lo debe suponerse del 2012 respecto a 1812, o lo que es lo mismo, qué construcción cultural y política vamos a proyectar sobre ese tiempo histórico y su significación contemporánea, porque se puede correr el peligro que caer en la mera tentación folclórica, con fuerte olor a naftalina, que reduzca la conmemoración a un esclerótico y superficial baile de máscaras -bastante de eso hay ya y por desgracia lo hemos visto con cierto sonrojo-. Esto es, la ciudad no puede conformarse con un programa de bajo perfil, sin brillo, con algunas muestras 'low cost', debe aspirar a lo mejor, aunque ello implique reducir el volumen de actividades. Poco, pero bueno de verdad, y no optar por llenar la agenda de chatarra. Porque no se trata de hacer cosas por hacer, sino de hacerlas bien, muy bien. Porque no se trata tan sólo de un problema de falta de recursos económicos -que también-, sino de criterio. De hacer las cosas desde la marca de la calidad que el Bicentenario Constitucional merece. Y ¡ojo!, que aún estamos a tiempo -como con el Castillo de San Sebastián- de corregir y enmendar algún que otro desacierto, como por ejemplo todo ese ridículo asunto de la Procesión Magna, que ya me dirán ustedes qué sentido tiene en el Bicentenario de la Constitución de 1812. Algo fuera de lugar y bastante irresponsable, todo sea dicho de paso.
Porque si no es así, Cádiz en 2012 sólo será como el sainetesco Villar del Río de la película de Berlanga, Bienvenido Mr. Marshall, con unas cuantas Lolitas Sevilla y Pepes Isbert repartiendo trajes de gitanas y disfrazando la ciudad de lo que no es, para el 1 de enero de 2013 estrellarse contra la realidad. Ya no hay más tiempo. Ahora o nunca. Cádiz se enfrenta a la shakesperiana duda de ser o no ser, 'to be or not to be', de identificarse con su Constitución y su importante significado, o simplemente perder éste su último tren, su última posibilidad de transformarse en una ciudad y una sociedad comprometida con la modernidad. Otros lugares con menos lo han conseguido. 'That is the question'.