SOLO UN GRAN VICTORINO EN SEVILLA
Actualizado:El momento mayor, más tristeza que magia, fue un brindis: el de Salvador Cortés a Luis Mariscal, su hermano, gravísimamente herido por un toro de Peñajara en la Maestranza el último 15 de agosto. Pudo haber sido una cornada fatal pero no lo fue. La cornada dejó secuelas y Luis, banderillero de confianza de Salvador y ahora su apoderado, ha tenido que retirarse del toreo. Así que, cuando Salvador venció su resistencia, lo sacó a la boca del burladero de capotes para brindarle el sexto toro y se fundió con él en abrazo fraternal, se batieron las palmas con fuerza.
Los dos rodaron de sendas estocadas sin puntilla. Padilla, que mató por arriba y con rara perfección a los dos de lote, a este cuarto lo hizo rodar casi de súbito. El toro salió casi muerto de la reunión. Con carácter y valor El Cid se fue también tras la espada y recto como una vela pasó el fielato del quinto, que fue el más astifino de los seis. Tanto Padilla como El Cid se estiraron de salida con el capote: el cuarto tomó los vuelos del de Padilla como un bólido y Padilla le aguantó el tirón con suntuosos lances de limpio remate, el remate de tres medias soberbias y una larga aclamada. El Cid le bajó las manos al suyo y dibujó compuesto en línea y con ese capote suyo.
El sexto tenía como todos los toros dos pitones. Pero el izquierdo fue un lujo: por esa mano vino el toro humillado con el temple raro y entregado con brava nobleza. Y por ese pitón estuvo Salvador Cortés encajado y embraguetado, fino y preciso, firme y suelto de muñeca: cuatro tandas de cuatro naturales, espaciadas lo justo. Y el broche de pecho las cuatro veces. Seco el ajuste y seco el ritmo. Pero ritmo lento. Como el toro solo empezó a cantarse en banderillas -fue el único de los seis que no esperó-, estaba la cosa por ver justo después del brindis. Con el ambiente a punto, Salvador agarró entrando en corto un pinchazo bueno. Y al segundo viaje una estocada. Vuelta al ruedo.
La corrida de Victorino arrancó con pinchazo pues el primero, largo y ensillado, acarneradito, impecablemente armado, pagó el gasto de cobrar en menos de un minuto docena y media de lances de brega. El toro estaba parado antes de ir al caballo y, distraído, volvía grupas.
Juna José Padilla lo banderilleó pese a que para todo estaba el toro menos para eso. O para casi nada: frenazos, miradas, aplomo, desgana. Y una estocada superlativa que sacó del sopor a cualquiera. El segundo le pegó al revolverse a El Cid en el mismo platillo una voltereta de sorpresa -tan de toro listo o nada tonto de Victorino- pero la fortuna fue que en el desarme de la voltereta la muleta cayera en el polo opuesto y que el toro, desentendido del Cid inerme, se encelara con ella. Antes de la cogida, El Cid se había plantado con mucha prosopopeya. Al trastorno de enterrar pitones se sumó un pésimo puyazo trasero. El Cid trajinó con el toro sin encajarse del todo sino sobre los pies y, sin parecerlo, fue faena en exceso defensiva. O de no arriesgar. La gente estuvo con el torero de Salteras. Un pinchazo y otra notable estocada.
El tercero, que antes de varas atacó a golpes y parecía topar, sacó en la muleta bondad. Tuvo fijeza y no demasiado corazón pero sí el suficiente. A Salvador Cortés le faltó no prender la mecha sino mantener el fuego: dos tandas en redondo algo forzadas pero acopladas, dos luego de menor convicción y casi un renuncio con la izquierda, que se quedó sin ver. Y el toro se quedó a su aire. Una estocada defectuosa lo tumbó sin puntilla.